Suturas

Por Irlanda Mainou (Buenos Aires, Argentina)

La luz cenital azul la ilumina en el centro-centro del escenario, la actriz está sentada en una silla suscitando su personaje, mientras el público entra para sentarse poco a poco. La actriz, generando un ensayo mental mucho más veloz que la luz misma, sobre su trazo en el escenario, el tren de pensamiento, sus acciones, sus diálogos, sus focos y estímulos, pero la interrumpe un pensamiento; el maestro, el director, el co-actor que la violentó y por un instante toda esa concentración desaparece porque el trauma la transgrede, pero el público ya está sentado y expectante ¿El show debe continuar?

Esta es una historia colectiva. En este momento escribo por todxs lxs morrxs que quisieron gritar en un ensayo, pero el miedo les paralizó, por lxs que quisieron entrenar, pero la depresión o la ansiedad las desplomaron en la cama, que querían estudiar sus textos, pero las lagunas mentales o los recuerdos eran más crueles que la teorización de Artaud, porque involucra instituciones, figuras de poder, sistemas de opresión y violencia sistematizada para enfermar nuestras cuerpas.

La realidad supera la ficción. A pesar de que resistimos por medio de la teorización, el cuerpo y el arte vivo, resistir constantemente es agotador, física, mental, emocional y espiritualmente, en especial cuando no se tiene una contención psico-emocional ya sea por profesionales de la salud mental o por una red de apoyo, porque en un país como México hablar de salud mental además de ser un tabú, representa un privilegio el acceder a ésta.
¿Porqué el tema de la salud mental es parte indispensable al hablar de la ética y la profesionalización en las artes escénicas? Porque trabajamos con el cuerpo, las emociones, con los aspectos psicofísicos y porque hay cabos no tan sueltos que se relacionan entre sí cuando buscamos acceder a espacios de formación artística: explotación laboral, violencia misógina, clasiracista y capacitista -entre otras- dan como resultado un espacio inseguro para lxs artistas, y la realidad es que una no se puede concentrar en la exploración escénica cuando el miedo paraliza, una no tiene ímpetu de motivación en lo que más le apasiona cuando se enfrenta a las grandes figuras de poder que toman las decisiones sobre lo que pasará con nuestra cuerpa dentro y fuera de la escena, personal y laboralmente.
No importa cuántos foncas, pecdas, cuantos festivales o convocatorias haya ganado el coordinador, el docente, el director o el co-actor, en tanto no desista en perpetuar patrones conductuales violentos no habrá espacios seguros de creación y sin espacios seguros hay cuerpas y mentes que se enferman gracias a estas
prácticas de abuso de poder, explotación laboral y una constante hipersexualización de las cuerpas en escena.
“Pero, además, en los cuerpos “feminizados” notamos que hay una insistencia (desde la mirada de afuera, ya sean compañeres o docentes, al generar devoluciones sobre la actuación vista) en “aconsejar” sensualizar o
sexualizar más el personaje, incluso si no está dentro de la lógica de ese mundo ficcional, llegando un punto en que los comentarios que en realidad pretendían ser una devolución positiva para el actuar, terminan
transformados en una sexualización del cuerpo de las actrices y actuantes.” (Florencia Robino. Empezar a reconocer la violencia del teatro; una investigación sobre la formación de les trabajadores de la cultura. 2022.)
La alusión aparentemente jerárquica de “alumnx-maestrx” antes conocida como “discípulo-maestro” es obsoleta, el trabajo del director luce gracias a las cuerpas en escena y así mismo con el laburo del docente, sin alumnado no hay nada que enseñar. Estos roles sociales se complementan el uno del otro y juegan papeles indispensables para legitimar la escena y el discurso artístico.
¿Cuántas veces hemos sentido que un compañero de trabajo se aprovecha de la ficción para tocarnos de más? O incluso el docente; hace falta cuestionarnos ¿Qué hacemos las feministas por las compañeras? ¿Qué hace el movimiento antirracista por lxs compañerxs racializadxs? En general, ¿qué hacemos cuando la
violencia simbólica, psicológica, sexual, física, epistémica o de cualquier índole aparece en nuestros espacios de creación? Los cuales deberían ser seguros pero dejan de serlo porque la violencia genera trauma y el trauma genera inestabilidad mental.
El trabajo escénico per se ya es muy demandante corporalmente -entendiendo al cuerpo como una totalidad; mente, emociones, pensamientos, sensaciones- el sistema per se ya es es muy cruel e inhumano como para conservar y por tanto prolongar las prácticas violentas dentro y fuera del set o el escenario, México per
se ya es un país sumergido en una violencia gore como para no apapachar y vulnerarnos de las formas más rebeldes.
Por lo tanto, me gustaría saber cómo podemos suturar nuestras heridas, individual y colectivamente, porque la ontología de personas que somos disidentes ya es en sí una resistencia al sistema hegemónico y estas heridas se originan del trauma y se gestan en una falta de entendimiento del mismo trauma y la raíz cultural que se esconde detrás, ya que todos estos comportamientos y violencias también tienen un trasfondo sociocultural.
No basta con hacer montajes de Ibsen y García Lorca en donde las protagonistas sean mujeres con problemáticas “parecidas a la realidad”, pero tampoco basta con que haya mujeres en puestos clave de toma de decisiones si el abuso de poder en el quehacer escénico sigue existiendo, porque la búsqueda del feminismo en sí como movimiento político no es buscar la equidad entre hombres y mujeres, ya que, si se busca la “equidad” en realidad se busca el derecho de los hombres hegemónicos a oprimir a otrxs. La búsqueda va hacia la emancipación y reivindicación y el escenario o el set no es la excepción.
Estaría mintiendo si escribiese aquí una tesis o una fórmula para contrarrestar paso a paso o de manera eficaz el daño psicoafectivo que tenemos muchxs artistas a consecuencia de la violencia ejercida en aulas y ensayos, sin embargo, me queda claro que cada vez que se quiebran las relaciones patriarcales, que se
generan vínculos laborales a través de la terneza y se rompe el pacto epistémico con compañerxs que viven precarización suturamos esas cicatrices que nos causaron individuos y que el sistema prefirió protegerles.

Principalmente, sin un espacio seguro de creación es muy complejo generar un juego dramático desde los principios básicos de Stanislavski “relajación” y “concentración”. Preguntarme constantemente ¿Cómo puedo acompañar los procesos de mis compañerxs? ¿Cuáles son las prácticas pedagógicas de la terneza?, ¿Cómo puedo dar contención? ¿Desde dónde puedo escucharles?, y permitirme lo mismo ¿Cómo puedo recibir contención cuando estoy experimentando un ataque de ansiedad o de pánico en el laburo escénico?
Porque aprendí que los maestros de la vieja escuela nos dieron la técnica y las metodologías para crear teatro, pero nosotrxs les hemos enseñado a priorizar a lxs individuxs antes que al arte mismo. No es falta de compromiso o disciplina, es comprender que la salud mental es indispensable para laburar.

La luz cenital azul la ilumina en el centro-centro del escenario, la actriz está sentada en una silla suscitando su personaje, mientras el público entra para sentarse poco a poco. La actriz, generando un ensayo mental mucho más veloz que la luz misma, sobre su trazo en el escenario, el tren de pensamiento, sus acciones, sus diálogos, sus focos y estímulos; sus amigues la acompañan dentro y fuera de la escena para que ella se sienta segura, el público ya está sentado y expectante. El show puede continuar.

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