Donde quieran colocar la mirada

Por Tania Saraí Fonce Díaz – Guadalajara, Jalisco.

Hoy siendo verano del 2023 escribo teniendo 22 años, de los cuales he participado en el quehacer escénico durante 10. Llegué al teatro en busca de un hobbie, una actividad extracurricular para llenar mis horas libres en la tarde, pero he tenido el privilegio y la suerte de que poco a poco se convierta en mi profesión.


Durante este tiempo he podido participar en diversas clases y talleres relacionados con las artes escénicas, incluidas materias de la misma licenciatura. De esta manera he tenido la oportunidad de conocer el mundo y a mí a través del teatro, he crecido cerca de él, me ha visto cambiar y crecer.
A pesar de ser una parte de mi vida que disfruto y hago con mucho cariño, no ha sido fácil, en todo este proceso he tenido que pelear por mi lugar (como la mayoría de mis compañerxs); pero ahora me encuentro con un cansancio acumulado y me ha tomado tiempo descubrir su origen. Para esto tuve que regresar al mero inicio.
Descubrí que el enfoque con el que me he acercado a la escena siempre ha venido del todo o nada. Estás o no. Una entrega completa que, tarde o temprano, cansa. Puede que apenas tenga 22 años, pero llevo 10 entregando todo, mi vida, mi alma y un poquito más, pero en esa entrega llegó el punto en el que no supe
dónde quedé yo, y tampoco sabía cómo regresar.
Me parece peligroso que desde mi primer acercamiento al teatro hasta la licenciatura y en el mismo entorno laboral haya encontrado muy presente el discurso de “aguantar todo y un poquito más, porque primero va el teatro y después vas tú y todo lo demás”. Esto ha facilitado la romantización de la violencia, enalteciendo la falta de límites con la falsa idea de superioridad porque hay quienes “soportan” más que otrxs.
A finales de mi primer semestre en la universidad esto me quedó muy claro, cuando al terminar un examen de actuación, presenté dolor menstrual muy fuerte, al punto en el que me tuvieron que retirar del aula para brindarme atención médica.

Al día siguiente la maestra me dijo que me bajaría calificación por el “numerito” que había hecho y que era muy débil para la profesión si no podía “tolerar unos simples cólicos”. Con este comentario empezó mi cuestionamiento y de alguna manera enojo hacia algo que antes amaba tanto. Cómo le había entregado y me
había perdido demasiado por una actividad que me estaba regresando golpes simplemente por intentar, actividad dende se me decía que aún no era suficiente, sin importar que ya no tuviera más por ofrecer.
De esa mala experiencia se desató una ola de inseguridad y comparaciones con mis compañeras. Dudaba de mi proceso, de cada decisión que tomaba, dudaba de mí y me enojaba por priorizarme, sentía que no daba lo suficiente por no exprimirme. Y esa pelea interna es y ha sido cansada.
Venía cargando por años una entrega desgastante, dejar mi vida por el teatro y poner mi alma en la escena. Hice de lado a mi familia, amigos, dolores, experiencias, sentimientos y a mí misma mientras priorizaba al trabajo, porque quién era yo si no podía con todo.
Ponerme como prioridad ha sido muy difícil, pues al inicio sentía invalidada mi decisión por poner un alto donde antes permitía todo. Se nos ha dicho que las artes escénicas como el teatro y la danza son profesiones solitarias por esta pirámide de prioridades y necesidades mal acomodada; que, por una saturación en nuestros horarios llenos de ensayos, funciones y más ensayos debemos esperar una vida donde no hay espacio ni tiempo de compartirla. Y yo creo que desde ahí estamos mal.

Comencé a cuestionarme esto en silencio, lo cual hizo mi proceso más pesado. Me he deshecho de ansiedad por cerrarme y pensar que estoy pasando por esto sola y me he sentido culpable por sentirme mal. Se me aplaudía el extra esfuerzo que ponía en el teatro mientras descuidaba todo a mi alrededor y pude darme
cuenta que no era el tipo de vida que quería continuar.
Hablar con mis compañeras, directoras, maestras y mujeres con quienes comparto la escena me ha ayudado a disfrutar más, a respirar esa ansiedad y dejarla pasar.

Las redes de apoyo que voy tejiendo en el teatro me han brindado un apoyo enorme, donde en lugar de sentirme pequeña y solita, me siento abrazada y acompañada. Donde me he dado cuenta de que son procesos colectivos de frustración que se viven desde el individualismo por cómo se nos ha enseñado a reprimir nuestro sentir y siempre demostrar que todo está bien, poniendo nuestra mirada en el esfuerzo y aplaudiendo los sacrificios que llegan a ser violentos.
Y es que romper con esto no está siendo fácil, es doloroso, sobre todo porque se nos cuestiona este mostrar y nombrar las violencias y abusos dentro del trabajo por lo que son.
Esto me ha llevado a buscar construir espacios y proyectos donde se respeten los límites y pueda poner mi persona como prioridad y después mi trabajo. Porque sí, tengo un compromiso, pero antes de todo voy yo y no tengo porqué demostrarle a nadie hasta dónde puedo llegar.
Porque en este proceso me desenamoré del teatro y empecé a crear desde la duda, el miedo, y la inseguridad y todavía agregaba la culpa de sentirme tan perdida, frustrada y cansada siendo relativamente chica; cansada de caminar por el espacio al que le sigo teniendo tanto cariño, mismo espacio que sé que seguiré explorando, en el que me seguiré arrastrando, desplazando y jugando para construir y contar historias.
Porque es algo que amo, y tal vez el enfoque es lo que estaba perdido, no yo.

Veía al teatro desde un lugar solitario y sin espacio para mí, cuando me debería de apropiar de él y ponerle varias señales de alto para hacerlo un lugar seguro.
Me sigue costando hablar y escribir de ello, pero es mejor el sentimiento afuera que adentro, pues acompañada la vida en el teatro es más bonita, es más suavecita. Esto no quita que me cuestione si será algo que sienten todas, ¿Se habrán perdido en el proceso? Y de ser así ¿Se habrán encontrado?
Por las demás no puedo contestar, pero sé que yo en este momento me encuentro con mis amigas, compañeras y maestras, en ellas veo esperanza para lo que sigue, en ellas veo el amor y veo mi amor a la profesión, a lo escénico, desde procesos en compañía y comunidad donde pierde el peso del individualismo y ver quién sacrifica más, y logra ganar la empatía y la diversidad. Porque sí, no he dejado de entregarle mucho al teatro, pero ya no le entrego mi vida, porque esa la necesito yo.

Deja un comentario

Web construida con WordPress.com.

Subir ↑