Por Calafia Piña

Teatrista Peninsularia y Sudcaliforniana

En la media península donde nací y donde radico se vive entre el mar y el desierto. Desde hace algunos años he dicho y pensado que el teatro que hacemos por estos lares es un teatro cactáceo, de crecimiento lento, con sus espinas a flor de piel, pero imposible de no mirar.

Hace tiempo decidí volver a mi lugar de origen por dos razones: que la calma de mi ciudad me permitiría entrenar, meditar y reencontrarme: aprovechar la paz de La Paz para crear. Después me fui dando cuenta que era mucho más profundo que ese primer anhelo personal y que mi anhelo se expandía a unas tremendas ganas de ver crecer el teatro –cactáceo, cuyas flores abren eventualmente bajo condiciones muy concretas– y de alguna manera contribuir a su crecimiento y nutrición. 

Reconocerlo no ha sido tarea fácil. Además de las inclemencias del tiempo y la geografía del desierto que todo lo vuelve rudimentario, agreste y escaso, hay pocos documentos de la historia del teatro sudcaliforniano (de Baja California Sur). No existe un archivo formalizado de consulta para la población, pero como todo teatro, en este territorio existe un linaje presente en cada una de las personas que de alguna forma tuvimos nuestras primeras experiencias y pasiones con el teatro antes de emigrar para estudiarlo, reconocerlo y asumirlo como parte de nuestro camino o no.

Así va creciendo este teatro por acá, vivo e imparable. En mi caso, combinado entre la reinvención, en compañía y en solitario. Con, sin y a pesar de las instituciones culturales de mi estado. Intentando no apabullar el impulso frente a la posibilidad de saber que siempre es posible detonar espacios autónomos con sus dificultades.

Este espacio de escritura quiero llevarlo a un terreno que se me ha dibujado desde acá como posibilidad de crecimiento profesional, personal y colectivo: teatro para mujeres no actrices, es decir, que no necesariamente se van a enfocar en un camino como actrices o como cuerpas para la escena. Tampoco es un espacio cerrado a mujeres que tienen relación con la escena.  Esta digestión ha sido lenta para mí y para las personas que se siguen preguntando la pertinencia o impertinencia de un espacio separatista en donde el teatro se vuelve un vehículo para reconocernos como mujeres en nuestras errancias, narrativas y lugares, para hacer manada, tejido y colectivo, para reinventarnos, para autoficcionarnos, para jugar. Para remendarnos entre nosotras. 

Desde un lugar seguro y responsable, consciente de que un espacio de este tipo no sólo se alimenta del teatro o la escena, sino de otras consideraciones, visiones y disciplinas a las que poco a poco me he ido acercando por un interés personal que afine mi estar en el mundo como persona y como mujer. Y luego para abonar a este espacio endémico en mi ciudad de origen: teatro para mujeres no actrices.

Mi última experiencia llamada VIVARIUM estuvo siempre pensada como un laboratorio transdisciplinar, de creación escénica mixta, en donde hombres y mujeres nos encontraríamos para crear y aprender mutuamente. Sin embargo, acudieron sólo mujeres y con ello se abrió nuevamente la oportunidad de revisar, revisitar y actualizar una metodología enfocada hacia mujeres que procedían de diversas disciplinas, entre ellas las escénicas. Y emergieron nuestros bosques propios por el hecho de ser mujeres en manada.

Así, esta se volvió una experiencia en donde nueve mujeres vivenciaron y exploraron la ficción, la autoficción y sus cuerpas en relación al espacio. Entendiendo también qué significa construir en colectivo. Como una hebra más profunda también pudimos construir y habitar no sólo la creación sino el profundo acompañamiento, de profunda confianza y de valiosa intimidad.

VIVARIUM comenzó con toma de acuerdos y con la lectura de una suerte de manifiesto de arranque que resultó de un sondeo previo derivado de su inscripción. Este laboratorio de creación escénica pasó por tres etapas que correspondieron a los procesos de siembra; así, en un primer momento reconocimos nuestro terrarium; luego probamos distintos estadios para reconocer nuestras propias semillas desde nuestras propias voces e interpelaciones. Y finalmente lo germinado fue fortalecido entre repeticiones, retroalimentación grupal, sesiones de ojo extranjero en donde pudimos contar con la presencia de personas que trabajan y activan sus prácticas desde las artes, a fin de confrontar la pieza desde un nivel de exposición nunca antes experimentado por algunas de ellas. Este proceso de apenas tres meses concluyó con una muestra al público titulada Spectare Vita, en dónde más de 30 personas pudieron acompañarnos y atestiguar cada uno de los gestos escénicos que surgieron.

El tema de la mirada siendo ellas sujeto de la misma, la propia voz y su expresión personal, tejida desde sus materiales personales, sentires y biografías fue un proceso lleno de humus –para nuestros almácigos creativos– cumpliendo además una función catártica. El cuerpo como instrumento infinito de expresión y nuestro reencuentro con él. Abrazando sus y nuestras historias, que al final son las de todas. 

Hasta aquí sólo me resta abrir un último pliegue de la experiencia sobre las prácticas pedagógicas del desaprendizaje que vivo y acontece en los espacios que convido. Aquellas, que por ahora veo como una entrada a las cavernas del corazón y la integridad del ser. Desde la profunda confianza, escucha, espera y amor. En este caso, lo que acá relato habla de unas cuerpas que por primera vez se asomaron al teatro, la ficción y la escena, en donde poco a poco soltaron y desde ahí acontecieron sus piezas: sin tensión, tomando sus voces, deseos y voces de sus compañeras, así como otro tipo de consideraciones que no son exclusivas del ámbito teatral.

Por mi parte, retorno a mí y cavilo en mi propia práctica pedagógica, mis empedrados desaprendizajes, algunos bien pegados a mi memoria, a mi columna, a mi piel. Que sí, quizá confiando aún más en mí, emprendo mis propios protocolos pedagógicos para compartir desde esta toponimia, con sus climas, historia y geografía hacia una práctica del teatro particular en la medida del peculiar territorio que habito.

Me detengo continuamente para escuchar esta cosa que leía en algún libro sobre la pedagogía de autor, meditando que como muchas otras voy arando camino y preparando terreno para seguir jugando y creando desde pisos comunes y acordes a lo que tenemos y somos. Volvernos, en un futuro, compañeras de teatro y escena.

Tener un VIVARIUM en este desierto se vuelve una suerte de oasis posible, dentro de un espacio de cuidado, independiente, llamado Estudio de las Rosas, que trabaja también con la tierra siendo barro, con las flores y sus aromas, con las artes plásticas y audiovisuales, con la poesía y con el desarrollo humano; volviéndose refugio e incubadora para muchas de nosotras.

VIVARIUM sin lugar a dudas se volvió un espacio imprescindible, noble y fecundo. Todo esto que acá ha aparecido no ha sido un espejismo o un intento didáctico institucional, ni una promesa efímera entre sexenio y sexenio. Todo esto me hace re-confirmar que es posible la empresa y las hazañas propias cuando se tiene la intención de compartir desde la honestidad y la apertura al tiempo del crecimiento salvaje del arte. Abriendo siempre la escucha y el corazón para continuar (des)aprendiendo de la escena, de la humildad y de la compleja humanidad.