Por Andrea Fajardo, Liliana Hernández Santibañez, Rosa Márquez Galicia y Yuly Moscosa
El pasado 23 de octubre del 2020 fuimos espectadoras de la obra de teatro Viril. ¿Cómo traicionar la masculinidad hegemónica?, mediante una transmisión en vivo en un grupo privado de facebook. Este es un proyecto beneficiado por el Fondo Municipal para las Artes Escénicas y la Música 2020, cuya realización colectiva estuvo a cargo de Jesús Padrón, José Luis Cumi, Jakob Aguilar, Erick Silva y Edwin Sarabia; mismo que en el mes de agosto tuvo un conversatorio bajo el nombre: “Entre hombres”, para hablar del proceso que han llevado en el montaje y abordar distintas experiencias y reflexiones en torno a las masculinidades, la construcción de ciudadanía responsable, la violencia machista aprendida en la infancia, etc. El montaje se presenta (citamos textualmente) para “abordar las complejidades masculinas de un grupo de varones y su relación con el machismo (…) Se experimenta la pertinencia que el teatro tiene para poner en discusión esta temática con los espectadores”.
Inicia la transmisión y se reproduce un video que abre con un recorrido por distintas palabras como: mansplaining, chelas, herencia, violencia, teatro, entre otras, acompañado de imágenes y memes pegados en una cartulina, mientras se escucha la voz de José Luis Cumi haciendo una introducción a los temas que aborda la puesta en escena y sus motivaciones para realizar este proyecto. A rasgos generales, la propuesta se conforma de distintos cuadros donde los integrantes exponen la relación que tuvieron con el machismo en la infancia, y en los que predomina la figura del padre como perpetrador de la violencia. El montaje encamina distintas complejidades masculinas: la violencia aprendida que repercute en el presente, la dificultad de enfrentarse con amigos agresores, la incapacidad de relacionarse como hombres desde el cuidado y la comunicación asertiva, entre otros temas. Cada cuadro testimonial construye una atmósfera distinta con recursos muy diversos, algunos apuntan hacia un tono documental, otros hacia el video-performance y otros hacia el teatro de objetos.
De manera paralela a estos cuadros, se presentan escenas donde un personaje narrador, interpretado por José Luis Cumi, explica el proceso del proyecto en relación con la pandemia del COVID 19, las reflexiones que surgieron del conversatorio realizado en agosto, la intervención de tres compañeras feministas en una etapa del proyecto y los obstáculos enfrentados para concretar el montaje. El recurso de estas escenas es similar al de la introducción, el personaje narrador se apoya de una serie de letreros con memes, para insertar una especie de burla hacia sí mismos dentro la narrativa que han construido.
Sabemos que el tema abordado en este montaje es más que necesario y urgente. Abrir la posibilidad para una reflexión entre hombres sobre las construcciones de la masculinidad y las violencias que ejercen a partir de la misma, es un esfuerzo que reconocemos y consideramos de suma importancia que se siga profundizando; ya que a partir de un análisis realizado a la propuesta, observamos una serie de incongruencias y aspectos que se contraponen o traicionan las intenciones primarias del proyecto.
Una de las principales líneas de acción y reflexión, desde el conversatorio hasta la presentación de la obra, y en palabras de los integrantes, es la invitación a incomodarse. Bueno, compañeros. He aquí la incomodidad:
En principio, podemos decir que las condiciones de producción que presenta el material audiovisual resultan de baja calidad, desde el trabajo escénico hasta la edición del video y el uso de ciertos recursos objetuales. Por ejemplo, el exceso de memes hechos con papel y cartulina, cinta adhesiva, recortes, glitter, etc., cuya manufactura no es la más elaborada; la falta de conexión entre algunos textos, imágenes y signos; o la poca organicidad en la voz de los actores al narrar sus historias.
Notamos que tampoco hay una conceptualización de vestuario, utilería o espacio escénico que permita ver al montaje con unidad estética. Las tomas están descuidadas, tanto en la iluminación como en el encuadre. Es notoria la falta de atención y detalle de la imagen en cuanto a enfoque, la proporción estética, el cuidado de espacios y la fotografía, lo cual va generando una distancia con la audiencia conforme avanza la pieza, así como un agotamiento de la experiencia espectatorial. El diseño sonoro tiende al melodrama y al efectismo, la organización de las escenas en cuanto a estructura “dramatúrgica”, por así llamarle, es confusa y carente de progresión. En algún punto la pieza se convierte en una serie de videos unidos, donde un grupo de hombres narran experiencias que no se transforman ni toman un curso hacia algo verdaderamente confrontador para quien lo mira.
Sabemos que el lenguaje audiovisual es algo que no todas las creadoras y creadores escénicos dominamos, pues nuestro trabajo se concentra en el espacio de convivio. De igual manera, entendemos que en un principio el montaje no estaba pensado para tratarse con estos lenguajes. No obstante, en estos momentos toda creación escénica está enfrentándose a lo mismo, es una situación que estamos atravesando colectivamente y, al ver un proyecto realizado para la cámara que apuesta a cierta naturaleza audiovisual (por ahora), podemos mencionar que su construcción resulta desafortunada y que pudieron integrar en su equipo a una/un profesional del lenguaje audiovisual. Estamos conscientes de que, al contar con un recurso económico municipal, es posible señalar estos aspectos de producción y, por consiguiente, la poca profesionalización del resultado.
Desde nuestra perspectiva, la escena que resulta menos desafortunada, por una búsqueda de (auto)cuidado, es la de José Luis Cumi donde narra una experiencia de violencia con su padre, realizando una especie de stop motion con objetos que establecen un contraste entre sí, que corresponden a la historia que se escucha y donde los signos presentados van encadenando la reflexión.
Podría decirse que un hilo conductor en la obra es la narración de historias relacionadas a la violencia del padre, al abandono y la agresión física en el núcleo familiar. El padre como la primera imagen de confrontación con el machismo, con los privilegios patriarcales y la violencia de género. Aspecto que consideramos importante y lamentable, pero que al ser usado como único argumento en el que se sostiene la obra, resulta insuficiente. Los compañeros nos introducen a la propuesta mencionando que por alguna razón ellos tomaron un camino diferente en sus vidas, pero terminaron en el mismo lugar donde estaban sus padres: la violencia machista. Este argumento, además de ser abstracto, puede llegar a suavizar el discurso en un intento de aclarar que ellos no han sido tan violentos, que ellos se dieron cuenta desde niños y quisieron “ser diferentes”. ¿Cuál es el propósito de introducir con esta aclaratoria? ¿Convencernos de que su machismo no es grave pero aún así “se están dando cuenta”?
“Veníamos replicando estas conductas en mayor o menor grado, a veces consciente o inconscientemente”, mencionan en dicha introducción. Ante esto nos parece importante recalcar que el machismo es machismo, compañeros. No existen machismos mayores o menores, no se reduce a lo micro o macro. Minimizar las violencias machistas perpetúa la normalización de las mismas y la revictimización. Establecer comparativas entre los tipos de violencia sólo acentúa la creencia de que hay algunas que no tienen consecuencias graves y otras que sí, entonces aquellos que no han golpeado pero que sí han manipulado hasta destruir el autoestima de una mujer, por ejemplo, no son los peores. Por lo mismo, no asumen la gravedad de sus acciones.
Como interpretantes del montaje, observamos la escasez de temas que relaten y nombren sus propias violencias. Hay un discurso implícito en los textos que parece justificar sus agresiones en lo aprendido del padre, en una herencia cultural y/o familiar. “No me enseñaste qué hacer cuando lastimas emocionalmente a alguien”, menciona Erick Silva refiriéndose a su padre. Este tipo de planteamientos son peligrosos porque se vuelven un camino fácil y cómodo para sustentar la violencia en algo que es ajeno o heredado, algo que no les pertenece del todo. Es preocupante, ya que se presta a un discurso victimizador donde no terminan de asumirse como parte activa del problema, no terminan de aceptar que son los cuerpos donde se articula la violencia patriarcal para ejecutarse.
¿Qué se esconde detrás de esos textos donde la violencia está generalizada? ¿Qué es lo que no se está diciendo? ¿Por qué está enunciada en el pasado y por qué se omite la violencia presente? ¿Por qué la base argumentativa son recuerdos de infancia en los que, claramente, la figura del niño elude la violencia que ejerce el hombre de ahora? ¿La violencia es simplemente heredada? ¿Es el padre el responsable original y único del machismo que ejercen los hombres de hoy?
Otro espacio de justificación se puede observar en la escena de Jesús Padrón, donde narra su experiencia como un niño criado con puras mujeres, que siempre hizo tareas del hogar y que pensó que el machismo no tenía nada que ver con él. Cuenta que ver a sus hermanas ponerse vestidos, maquillarse y ponerse cremas era algo que admiraba y deseaba, lo cual se volvió un motivo de frustración porque él no podía dedicar tiempo para sí mismo y sus cuidados, de ahí el origen de su violencia con ellas, así como con sus amigas.
Es importante recordar que una de las tantas luchas del feminismo, durante años, ha sido la de entender que acciones como maquillarse, ponerse cremas, usar vestidos, etc., pueden llegar a representar una esclavitud a las construcciones de belleza que se imponen en nuestros cuerpos, más que un acto de cuidado y tiempo para nosotras. Al menos así sucede en etapas como la niñez o la adolescencia, donde la exigencia por estos comportamientos y hábitos está dirigida a cumplir un estándar que es inalcanzable y que duele mucho tener que cumplir. Parecería que en esta historia se asoma un discurso donde se afirma que maquillarse y usar vestidos es un privilegio de las mujeres. Surge una forma implícita de reforzar los roles de género y la justificación de la violencia en una frustración de la infancia, que deposita la responsabilidad en algo/alguien más y que resta complejidad al planteamiento. En todo caso, si lo anterior era algo consciente en la voz que narra, ¿por qué no está enunciado?
Por otra parte, en una de las transiciones del video los compañeros citan al sociólogo Joan Sanfelix con la siguiente frase: “La violencia simbólica entre más invisible sea más peligrosa es”. Escenas después escuchamos a Edwin Sarabia decir: “nos hicieron creer que lo femenino es inferior o motivo de burla. Sin embargo, eso no es suficiente para perpetuar y justificar nuestras violencias”. Pese a esto, pudimos notar que las escenas donde existe un rasgo de “comicidad”, en las que J. L. Cumi relata anécdotas sobre el proceso creativo, fueron abordadas con signos y recursos que están culturalmente asociados a lo femenino.
La interpretación del actor en estas escenas está llena de ademanes y gestos que acentúan un estereotipo de la femineidad y los roles de género, además de apelar a una comicidad forzada y sobreactuada, con la que habla de las actitudes machistas e irresponsables en el grupo como si fuera cualquier cosa. Al visualizar este trabajo es inevitable sentir un sesgo de burla que se torna peligroso. Por ejemplo, de 27 memes que aparecen en todo el video, 10 son de mujeres y niñas, y 2 están intervenidos con glitter rosado (signo que, claramente, es de suma importancia para la lucha feminista de nuestro tiempo).
Sabemos que el lenguaje de los memes puede ser potente al desarrollar una comicidad que tenga un trasfondo político y, hasta cierto punto, es un lenguaje cotidiano. No nos interesa caer en un discurso políticamente correcto al hacer este señalamiento, pero no olvidemos que todo es signo y tenemos responsabilidad en la reproducción y repetición de cada lenguaje, como menciona Judith Butler. Si la intención era burlarse de ustedes mismos por todo lo sucedido y sus errores en el proceso, por qué hacerlo a través de gestos y expresiones que están asignados como un rol a las mujeres y que, además, ya son objeto de burla y discriminación.
¿Cómo se observa lo femenino y lo masculino? ¿Cómo se asume el género en la puesta en escena? Hay una burla hacia lo feminizado y en ningún momento hay una burla hacia las construcciones de la masculinidad. ¿Dónde está la comicidad ante lo usualmente conocido como “masculino”? ¿Dónde están los memes y ademanes de “machitos” como signos que también pueden generar comedia? Esa podría ser una forma potente de incomodarse. Observamos en esto una total incongruencia, dado que se banaliza el discurso al que critican, además de ejercer la violencia simbólica que están señalando en palabras.
La articulación de una poética es de vital importancia y debe tratarse con el debido respeto e implicación que conlleva este tipo de temas. En efecto, no podemos darnos cuenta de todo en un abrir y cerrar de ojos o en diez meses, los procesos de deconstrucción son lentos y complejos, por no decir infinitos. Pero lo que sí podemos hacer es acercarnos a lo que pasa en nuestro cuerpo y narrarlo, por algo el enunciado “lo personal es político” se vuelve tan poderoso al hablar de esto. Aunque apreciamos la búsqueda de este montaje por abrir ciertas historias personales con el fin de aproximar la reflexión, observamos que hay un compromiso con la escena, con el cuerpo, con las espectadoras y espectadores, con la deuda histórica del patriarcado, que no se asume.
En muchos textos el lenguaje llega a ser demasiado técnico y acartonado. Frases como “habrá implícita una cuestión política” o “pienso y lo único que se me ocurre es que hay una inscripción al adoctrinamiento del sistema”, en la escena de Erick Silva donde habla de su padre, pueden entorpecer la comunicación directa y genuina con la audiencia. ¿Realmente pensar en el recuerdo de un acto de violencia ejercido por el padre, que arde en el cuerpo, permite ese tipo de pensamiento? ¿Lo permite de manera inmediata, o es necesario pasar por un proceso de estudio, lectura y reflexión para llegar a esos términos y frases?
Lo que sucede con este texto-escena es que parece no estar realmente atravesado por el cuerpo. No se escucha la confesión de un cuerpo que se ve afectado por ese recuerdo, un cuerpo que se implica… Se escucha una mente que intelectualiza la memoria emotiva, que encierra la experiencia y el testimonio en un sinfín de conceptos y términos que, evidentemente, sólo se encuentran en los ensayos académicos, no en la vida. Se pierde la esencia de una historia que, en sí misma, es poderosa y contundente, pero se adorna con terminologías que confunden y marean a quien lo escuche.
Esto no dista mucho de los mecanismos que utiliza el sistema patriarcal para intelectualizar la experiencia humana y coartar al cuerpo, para borrar su potencial de transformación política en lo concreto y lo cercano. Pasa lo mismo con otras frases como “nuestras miradas virilentas” al hablar de la inconsciencia ante el machismo, o “hijo sano del patriarcado” para definirse a sí mismos dentro del problema. De igual manera, sucede con escenas en las que es muy evidente que los textos son leídos, y por ende, no encarnados; o donde los tonos de voz que utilizan los actores son efectistas.
En algún momento, los compañeros mencionan que estuvieron a punto de tirar la toalla con este proyecto y fue hasta que un grupo de amigas hicieron una intervención en uno de sus ensayos para darles, según ellos, una “bofetada con guante morado”. En principio, esta frase nos parece un desacierto al definir lo que hicieron las compañeras en dicha intervención. Sabemos, por previas investigaciones a esta crítica, que el documento realizado por nuestras colegas está lleno de seriedad y construcción solidaria para abordar un tema que también les atraviesa, además de que está conformado por cuestionamientos muy directos y concretos que no fueron tratados con profundidad en el trabajo presentado. Cabe mencionar que dicha intervención se realizó en el mes de septiembre, aunque el proyecto inició en marzo, y en todo este tiempo no habían contemplado la participación de al menos una mujer que pudiera interpelar el proceso.
Una de las escenas cercanas al final, llamada ¿Qué es Viril?, reúne fragmentos donde los actores hablan del estado presente del proyecto, intervenidos por partes de la sesión que tuvieron con las compañeras en septiembre. Mencionan que ha sido un proceso complicado, un lugar claro oscuro y lleno de incongruencias con respecto a sus violencias. Se nombran como cómplices del patriarcado e intentan dar respuesta a la pregunta inicial, haciendo mención de todo aquello que buscan deconstruir. Podríamos decir que esta escena es la que más se aproxima a la búsqueda genuina del proyecto, a las primeras intenciones y preguntas, mucho más que todo lo anterior. Incluso este podría ser el único dispositivo rescatable de la propuesta, pensando en que -menos es más- y que todavía les falta mucho camino por recorrer.
Un detalle grave de este momento es que, al dialogar con las mujeres que eran parte de ese “guante morado”, supimos que no hubo consentimiento ni autorización para poner sus nombres, imágenes y voces dentro del montaje. Lo mismo sucedió con algunas historias compartidas durante el conversatorio “Entre hombres” en agosto, que fueron claramente expositivas e involucraban a mujeres que tuvieron relaciones directas con los integrantes. Esto nos parece otra reproducción del lenguaje violento del patriarcado. Algo tan importante como el consentimiento ya no puede pasar desapercibido, mucho menos en un proyecto de esta naturaleza. Es necesario saber de qué manera nos estamos habitando como creadores ante las historias y narrativas que construimos. ¿Qué pasa cuando decimos todas las preguntas que tenemos acerca de un tema en un proceso creativo, pero ninguna de esas preguntas se están concretando en la vida diaria ni en lo privado?
Al nombrar una palabra tan poderosa como traicionar y verse acompañada de la masculinidad hegemónica, después de ver el material presentado, les hacemos la pregunta: ¿Dónde queda la traición hacia dicha masculinidad? ¿Cómo la están traicionando en el espacio cotidiano? ¿Cómo ha evolucionado la reflexión del proyecto y cómo pasa al cuerpo para devenir en acción? Por parte de Medeas. Red de Jóvenes Investigadoras de la Escena, queremos dejar en claro que esto no es una “bofetada con guante morado”, como tampoco lo fue la intervención de las compañeras en su proyecto. Esto es una confrontación directa que nos está atravesando el cuerpo y que hemos realizado con la mayor puntualidad posible, convencidas de que al hablar y reflexionar sobre violencia de género es necesaria la crítica, la retroalimentación de ideas, pero sobre todo, la posibilidad de que nosotras como interpretantes y primeras afectadas de un sistema que impulsa esta violencia, podamos comunicarles nuestra mirada a los signos y discursos expuestos, para que las narrativas escénicas no sigan reafirmando las violencias con las que ya convivimos todos los días.
Esto es una deuda histórica que va más allá de hacernos un favor a las mujeres porque somos sus hermanas, sus amigas o sus novias. Hay una delgada línea entre asumir la responsabilidad de las violencias generadas en convivencia con el sistema patriarcal, y un síntoma de las masculinidades hegemónicas por “rescatar” o “pagar una deuda” a las mujeres, pues eso es caer en una visión jerárquica que solo refuerza la subordinación en la que nos encontramos y la consolida como norma. Este es un tema que nos compete a todas, todes y todos, que va más allá del teatro y por lo mismo es necesaria una postura de acción radical para quebrar el pacto patriarcal en todos los ámbitos, no solo en un video y a medias. Nosotras también estamos cansadas de tanto ruido y pocas nueces.
Extendemos la invitación a implicarse, a nombrarse y asumirse no solo como cómplices del patriarcado, sino también como agresores, tanto a ustedes como a sus amigos y familiares, porque lo han sido. Así como nosotras hacemos el esfuerzo y tomamos el valor para decir: Yo fui acosada, fui violada, fui golpeada, fui invisibilizada… asuman ustedes la responsabilidad de decir: Yo he acosado, he golpeado, he manipulado, he abusado, he sido misógino, he agredido… Asuman el compromiso de poner el cuerpo en esto, de no caer en superficialidades ni banalizar el tema, porque esto es serio. Ustedes mismos lo dijeron: El machismo mata, esa es la dimensión que tiene.
Por último, sabemos que las condiciones del Covid-19 han sido limitantes en la creación y reflexión de los proyectos escénicos. Reconocemos el esfuerzo de los procesos creativos que, aún en estas circunstancias, se han impulsado y realizado. También sabemos que un proyecto de esta índole es de vital importancia para la creación de nuevas realidades y formas constructivas de discutir, por lo que invitamos a la audiencia a formar parte del análisis crítico, conectándose a las funciones de Viril ¿Cómo traicionar la masculinidad hegemónica?, que forma parte de las actividades de ZONA. Circuito Peninsular de Escena Digital (Temporada Otoño 2020) y se estará presentando los días 30 de octubre, 6 y 13 de noviembre a las 20:00 hrs.