Por Sofía Alondra León
Jo´(Mérida) Yucatán.
“Mi cuerpa es políticamente subversiva, mi mente lo es más, hay peligro al mirarme a los ojos, miradas que confrontan unas a otras, que dan miedo, o quizás asco, aún quiero ser optimista y pensar que solo es miedo”
Erika Bulle.
En 2020, mientras era estudiante escribí el ensayo Las Cuerpas Gordas en las Artes Escénicas, ahí hablé de mi cuerpo gordo, mi relación con el teatro y el lugar que ocupan los cuerpos como el mío en la escena. En las primeras líneas me nombré hembra cisgéreno, mujer heterosexual y actriz desempleada. Tres años después no puedo estar más lejos de aquellas realidades, así que necesito volver a presentarme. Hola, me llamo Sofía Alondra León, persona de género fluido, pansexual, mexicana de geografías híbridas, licenciada en Teatro, artista TRANSdisciplinaria, artivista gorda.
Quiero contarte que a finales de 2022 inicié un proyecto titulado Territorio Cuerpa y durante el proceso creativo mi identidad migró, nací en un cuerpo y por voluntad política me mudé a una cuerpa. CUERPO-CUERPA, una vocal me separa de mi antigua piel. ¿Qué constituye a mi cuerpo? Átomos, agua, minerales, células, sangre, fluidos, nervios, huesos, músculos, articulaciones, piel, grasa, pelos, uñas.
¿Qué constituye a mi cuerpa? Memorias, miradas, heridas, secretos, deseos, caricias, golpes, cicatrices, amor, ¿amor?, amor propio, fraterno, romántico, carnal. Comidas deliciosas, llantos interminables, obsesiones, drogas, abandonos, abrazos, danzas, miedos, sexo, inseguridades, amor, ¿amor?, amor propio, erótico, expansivo, amor gorde.
Todo aquello que me construía se desplomó junto a mi llanto frente a aquel espejo donde el verano pasado me vi y dejé de reconocerme. Ahora soy la grieta que habita en las ruinas de un templo. Exiliada del modelo canónico heretosexual, blanco, cisgénero, capitalista y patriarcal; mi cuerpa se convirtió en desierto, océano, y cordillera. Soy un territorio accidentado, periférico, desbordado. Territorio Cuerpa es un mapeo de mi experiencia como persona gorda socializada mujer. Es una autopsia de mis memorias más dolorosas y más gozadas. Es una pista acerca del placer y la culpa que esconden los pliegues de estas lonjas que he cultivado durante 26 años. Es un espejo, mayormente incómodo, en el que la mejor manera de reconocerme ha sido desnudarme, ponerme dentro de un aparador y permitir que los otros me vean, porque hay algo en el ojo externo que me es más amable que mis propios juicios.
¿Cómo construir poesía donde nadie mira? Es una de las primeras preguntas que me hice. ¿Cómo un cuerpo tan grande pasa desapercibido en el espacio? ¿Cómo he pensado que siendo tan magnífica puedo borrarme? Vivir en un cuerpo gordo conlleva contradicciones difíciles de conciliar. Tuve que raparme la cabeza para entender que el cabello que cubría mi cara no ocultaba mi gordura.
Esta es la primera vez que me permito ser gorda. Llevo ocho meses sin pensar en la próxima fórmula secreta para adelgazar. No siempre es una fiesta, la culpa me acompaña algunos días, como el viernes pasado que entré a una tienda de ropa y el pantalón talla 42 no me quedó. O hace un mes cuando acepté tener sexo con un hombre que no me gustaba solo para sentirme deseada. Quisiera decirte que cuando una se nombra “activista de la gordura” todos esos pensamientos gordofobicos desaparecen, pero no es así. Vivimos en un sistema tan perfectamente elaborado que todo ese odio que nos rodea, también está adentro de nosotres recordándonos el monstruo que somos, una pequeña voz casi silenciosa que al menor signo de placer y comodidad acerca de ser tú misme, pronto te susurra al oído que no naciste para ser amada, que personas como nosotres no podemos ser felices ni sentirnos satisfechos u orgullosas de habitar nuestra piel. Que todo en nuestra existencia es un error, una falla, un defecto, una enfermedad. Que somos seres anti-naturales y lo único que nos queda es desaparecer, hacernos chiquitos, guardarnos en nuestros caparazones, no molestar. Esa voz que amablemente llamamos gordofobia y sabemos que es odio, está ahí, taladrándonos la cabeza cada que intentamos vivir con dignidad.
Durante el proceso con Territorio Cuerpa me he preguntado el origen de los conceptos de gordura, belleza y salud. Es necesario entender que cada uno de ellos depende de su contexto. Elementos como época (tiempo), territorio y cultura los condicionan completamente. Por ejemplo, lo que en México puede considerarse un cuerpo delgado, en Corea del Norte puede leerse como gordo. La belleza en un Yucatán no se rige por los mismos valores ahora que hace mil años. Lo mismo ocurre con la salud. Entonces, ¿qué es un cuerpo bello y qué es un cuerpo sano?, ¿por qué a los cuerpos gordos se les generaliza y priva de estas etiquetas?, ¿cómo garantizas que un cuerpo leído como “correcto” es sano y por qué siempre los que no habitamos ese cuerpo somos los responsables de valorarlo?
Una de las mayores polémicas acerca de los gordos es la salud. Muchos odiantes argumentan que la gordura es una enfermedad que debe eliminarse a toda costa. Afirman que las personas gordas son incapaces de auto regularse, son flojas, no se aman y no les interesa su bienestar. Pero nadie nos pregunta cómo estamos, cómo es para nosotros la experiencia de ser gordos, si queremos cambiar o no, si nos sentimos bien o no. Nadie se detiene a escuchar la opinión del gordo que habita su propio cuerpo. Con la bandera de la salud aprueban y fomentan prácticas que ponen en peligro nuestra vida, nos llenan de pastillas, inyecciones, nos cortan el intestino, nos ponen fajas, geles reductores, y demás ocurrencias que benefician a un mercado en específico. Manipulan nuestras emociones con programas de televisión abierta donde muestran cuerpos gordos gigantes llenos de tristeza, furia y vergüenza. La solución siempre es la misma: adelgazar, como si los TCA, la ansiedad y depresión se curaran mágicamente bajando de peso. Yo no estoy de acuerdo con eso. No creo que les preocupe mi salud, porque cuando me gritan en la calle la infinidad de palabras hirientes que se les ocurren en segundos, o cuando asisto a una consulta médica y lo primero que hace el doctor es pesarme y recetarme una dieta, me demuestran que no les importa mi salud, que no les importo. Aquellos actos son explosiones de odio aprendido, esa voz del capitalismo que aborrece todo aquello que no le es funcional. Porque un panquesito como el mío no se vende igual que aquellos que no se desbordan del molde. Me niego a creer que les preocupo, así como me he negado a confiar en el estado y la policía, son todos piezas del mismo aparato de control, agentes de la necropolítica.
¿Y la belleza? Un capital al que no todos accedemos por igual. Existe un estándar marcado por la sociedad dominante, colonizadora por supuesto, donde ciertas características físicas son más atractivas que otras. Como mujer te enseñan a ser delgada, voluptuosa, pero no demasiado, blanca, pero bronceada porque los vampiros se quedaron en el romanticismo, atlética, pero sin demasiado músculo porque eso es de hombres, sensual, pero no puta. Digerible, de fácil consumo y difícil acceso.
Después de raparme la cabeza descubrí que ya no era tan femenina como me había narrado. Mucha de mi dismorfia llegó al no sentirme sensual ni bonita. Cuando pasaron los meses entendí que lo que más me dolió fue aceptar que ya no era un producto de consumo para los hombres heterosexuales. Que mi belleza ya no servía al patriarcado. Si antes no era deseada por muchos, ahora los pocos que me veían como fetiche también perdieron el interés. Una vez más me convertí en un cuerpo deseante que no es deseado. Repito, la belleza es un capital al que no todes accedemos por igual.
Pero no todo es tan terrible y en eso quiero enfocarme ahora. Porque cuando dejas de ser un producto consumible se abren otras puertas igual de amorfas y extrañas que tú. Aparecen otros amores y otros deseos menos apretados. Descubres que no necesitas más acostarte en la cama para obligarte a cerrar el botón del pantalón, porque puedes comprar una talla más o las que necesites. Lo más bello que me ha ocurrido como gorda ha sido encontrarme con otres gordes. Nadie me ha abrazado con tanta ternura como un cuerpo igual de esponjoso que el mío. Con nadie el placer de comer ha sido tan gozoso como con mis amigues gordes. Juntes somos un refugio utópico donde la culpa se desvanece. Donde nos sabemos rotos y nos tratamos con toda la ternura que el mundo no nos ha podido dar. Nos miramos con todo ese deseo acumulado en nuestras panzas rebosantes. Nosotros, les gordes sabemos que cuando tu cuerpo crece rodeado de tanta violencia, cuando constantemente tu entorno te recuerda que debes odiarte, celebrar nuestra existencia es un acto político de rebeldía. Así que estas últimas líneas las dedico única y exclusivamente para nosotres.
Queride Territoria,
manifiesto aquí y ahora
Saludarte hoy, ¿Cómo estás?
No desestimar tu bienestar
Mirarte permanecer
No necesitar agradar
Escucharte más, sentirte más.
Todos los días detenerme a mirarte.
Escapar una y otra vez de mis prisiones
Para ir a ti.
Te amo como nunca me ha amado nadie,
Cada que me sienta sole
Volver a ti, siempre volver a ti
Dejar de darle tanta importancia al mundo de afuera
Respirar en la mañana
Tomar un café
Llenarte de experiencias
Nutrir tu memoria
Sanar tu pasado
Vivir mi mejor presente.
Hoy, yo contigo y nunca más contra mí.