Por Teresa Díaz del Guante. 

Para el 2013, el cuerpo de Julia Pastrana regresaba a tierras sinaloenses, hubo un  gran movimiento en el estado. Sinaloa, uno de los estados más violentos del país, colocaba a esta mujer como un icono de la lucha por los derechos humanos. Los  discursos dictaban que después del abuso hacia ella, nada podía ser más grave. Se pavimentaron las calles y fue todo un acto político. En ese momento, una  pregunta rondaba en mi cabeza: ¿Quién va a recibir a esa mujer? ¿Quién la  busca? ¿Quién le reza, o le llora? Pensaba en que tendrían que traerse a todos aquellos ahogados en la arena del desierto tras el sueño americano, deberían regresar a casa a todas las que ya no están, así, con ese  acto protocolario. Algo me incomodaba en esa situación, quizá que el estado celebrara un “luto estatal”, que festejara la “lucha por los derechos humanos en el estado”, mientras ya era una fosa común.  

En agosto del 2017, abro el periódico y leo una nota fuera de lo normal. Una mujer llamada Mirna Medina encuentra a su hijo después de tres años de estar desaparecido. En la foto aparece una mujer tendida en un pozo de tierra, con mujeres alrededor que la calman. Mirna encontró a su hijo tres años después de su desaparición. Antes era común  escuchar “lo levantaron” y hasta ahí llegaba el destino. Luego vinieron estas madres a procurar los cuerpos, como Antígona, paradójica mente para darles cristiana sepultura.  

Abro el periódico, leo la nota y comprendo mi incomodidad. El gobierno del Estado  gastó de manera desenfrenada en la repatriación de Pastrana, pavimentó calles,  suspendieron las clases, obligaron a una sindicatura a celebrar el luto, mientras  decenas de jóvenes engordaban la lista de desaparecidos. No es  que me molestara el regreso de Julia, sino que esa mujer que permanece en el  imaginario colectivo, que forma parte de la historia sinaloense, que yace en el pasado, no puede ser icono de la lucha por los derechos humanos en un estado  con una llaga abierta que devora cuerpos y niega la justicia. Habría que sumarle el  protocolo y celebración que, naturalmente, representó un monto económico. Entonces creo que Julia fue tomada como una figurilla de humo para  minimizar el presente, y es curioso que esto realmente atenta contra los derechos humanos de la propia Pastrana.  

Pasaron pocos días y conseguí asistir a mi primera búsqueda, un miércoles estábamos acordando y el sábado yo iba rumbo a Mochis. Dormí en casa de Mirna  Medina, le platiqué que quería escribir una obra de teatro. Debo decir que no existe  preparación para asistir a una búsqueda, no hay protocolo, no hay nada que  advierta. Nos levantamos temprano, acudimos a la oficina. No pude dormir, decenas de  vírgenes estaban por toda la casa de una mujer que dice no creer en Dios, pero por si acaso.  Fuimos a “Las Higueritas”… No, no encontraron el cuerpo, sentí alivio y luego culpa al ver la frustración de todas ellas.

Regresé a casa con dos cuchillas en el pecho, llamé a mi mamá para decirle lo bendecidas que estamos por no tener que buscarnos una a la otra. Ese domingo de aroma, de tierra, de tamales afuera de la iglesia. Ese domingo de no saber diferenciar lo bueno y lo malo, domingo de solidaridad, domingo de  sororidad, de madres, hermanas, mujeres. Ese domingo se quedó conmigo por mucho tiempo. 

Como cosa del destino, concebí lo que años más tarde sería la obra Aroma. Sabía lo que había que contar, todo. Estuve en esa búsqueda con los ojos bien abiertos, platiqué con todas. Vi la obra entera pero no sabía cómo aterrizarla, no sabía cómo enunciar, todo era una nebulosa sobre mi cabeza.  

Desarrollé el Proyecto Aroma para el FONCA Jóvenes Creadores. Tuve  problemas, me era tan sencillo platicarlo, compartirlo… y dudaba mucho de que esa “sencillez” fuera el ducto para contar la historia. Por otra parte el pudor, el juicio y el temor se hicieron presentes. Me atravesó mucho la duda de ser capaz de edificar a partir de algo tan potente, crudo, monstruoso, algo que es puede doblar a cualquiera. Decir “fui a una búsqueda” detiene cualquier conversación, temí por perderme en la anécdota. Entonces tomé la decisión de construir un primer trabajo que refugiara ambos lados del proyecto. Decidí contar una historia, concentrarme en lo “micro” para no mirar el cúmulo de información y desgarro que salta todos los días en las noticias. 

Decidí hacer otra búsqueda, pero ya no podía ir a Mochis por cuestiones de seguridad. Yo radico en Culiacán y solo había tenido contacto con Las  Rastreadoras Del Fuerte, ubicadas en Los Mochis al norte del estado.  Busqué al grupo de rastreo de Culiacán, Sabuesos Guerreras A.C. La historia de María Isabel Cruz Bernal era muy diferente al caso del hijo de Mirna. Me di cuenta de que cada caso era y tenía que ser enunciado con nombre, con peculiaridades. El trabajo que hace Sabuesos es tan metódico como el de un investigador secreto, mientras que Mirna apela más a la voluntad y conciencia de la sociedad para que les den “puntos” y pistas. 

Comencé a realizar entrevistas y participaciones en diversas actividades, me  involucré en el caso del hijo de Isabel, Yosimar, con el que comencé a desarrollar un pieza titulada Sabueso, donde en voz de la líder de este grupo explicaba la  desaparición de su hijo. La pieza es completamente testimonial.  

Sabueso me permitió probar en la ficción lo que la realidad no me ha tocado vivir, solo ver. Me permitió tocar la tierra, cuestionar de frente, ponerme en ese lugar. La mitad de este texto se creó mediante el uso de elementos y work in progress. Sabueso me hizo enunciar mi discurso y probarlo, medirme y darme cuenta de que mi rabia inicial se había ido limando con la normalización y el olvido de un estado que se cae a pedazos. Fue hasta ese momento que recuperé mi urgencia inicial, ajusté las piezas para retomar mi proyecto desde un lugar más certero.  

De modo que Sabueso es la pieza que antecede el laboratorio que tuve que vivir  y explorar para dar soporte a Aroma y Monstruo. La ficción me ayudó a atravesar la realidad y viceversa.

Para este texto llevé a cabo un registro sonoro de una búsqueda en Angostura y la marcha del 10 de mayo. En el montaje utilicé el registro sonoro para la  progresión de la obra. Hacia el cierre de la puesta utilicé un rap que fue grabado tres meses antes de la desaparición de Yosimar, el centro, partida y hueco de este montaje. Sabueso es el viaje de la desaparición de Yosimar desde los ojos de su madre. Es la historia de una desaparición que, como todas, es una bomba que dinamita todo alrededor, hasta que todos, de algún modo, terminan por “desparecer”. 

Este montaje fue una “estrategia” involuntaria que explica el fenómeno de la desaparición. Transitar este montaje, atravesarlo como actriz, dramaturga y  directora, me dio una especie de vividura que me haría entender que hablar del  tema de la desaparición sin hablar de la maternidad, sin hablar de lo femenino, se  convierte en una noticia sin fondo ni llaga. 

Vivir estas funciones fue aparatoso. Cada día iba un familiar, una madre con un hijo  desaparecido. Los abrazos silenciosos se volvieron comunes al terminar las  funciones. Entendí que el tema que había que poner en la mesa era el de la maternidad, con  toda la postura femenina. Fue entonces que las piezas se ajustaron y logré escribir una obra de largo aliento, donde siete mujeres toman la pala para salir a buscar a su hijos. Estas mujeres son el tejido de historias y personalidades de ambos grupos de rastreo.  

Como parte final de este proyecto, desarrollé una tercera pieza llamada Monstruo, donde aparece desde un lugar más ácido, alejado de regionalismos, cómo estas mujeres se paran frente al estado. La idea de esta obra es que hay un monstruo debajo de la tierra que traga y escupe cuerpos. Esto surge porque en un estero la marea hizo que brotaran cuerpos de la tierra. Atravesar este campo minado, ir y venir en las historias que, aunque horrorosas, deben de ser contadas, permite que el Teatro pueda ser sutura, esperanza, remanso. 

Dudé mucho sobre cómo enunciar el tema, hasta que entendí que yo solo era un vínculo para contar desde la sencillez, desde la sonoridad de mi estado, desde sus palabras y sin la pretensión de contar algo de manera arrebatada. Esto hay que contarlo como es, hablarlo y hacerlo como ellas lo hacen. Montar Sabueso me puso al filo de las suposiciones, ¿qué significa la maternidad en este estado? ¿De qué sirve el teatro? ¿Para qué contar una historia que rebasa  las noticias? Obtuve la respuesta detrás de cada función, en cada abrazo silencioso, en un leve gracias por parte de las víctimas, porque en este país de olvido apelar a la memoria y enunciar es la rebeldía más grande, la más poderosa. Yo estoy segura de que el teatro puede cerrar heridas, quizá la sutura nos duela un poco, pero es que también duele mucho vivir en este país.