Por Diana Magallón
Fotografía de Omer Gaash
Francamente, empiezo escribiendo este texto bastante perdida, sintiéndome adolorida en el sentido más puro de la palabra ‘dolor’. Así que me tomo de esta palabra para empezar a elaborar y ordenar todos los pensamientos que llevo conmigo desde hace varios meses, o quizá un par de años si me pongo muy obsesiva con el recuento del tiempo. También quiero reconocer que no me apetecía mucho empezar este escrito, haciendo conexiones inmediatas entre mi ser actriz y creadora escénica con lo que me está sucediendo en este momento; un tiempo pandémico en el que prácticamente transcurrió todo el 2020. Comienza octubre, pero para cuando este texto salga a la luz ya estaremos cerrando el año con más desgano que con gozo.
Me di cuenta de que todo está relacionado. Venía de una temporada de teatro de un proyecto hermoso y complejo en todo su proceso creativo, lleno de mujeres con las que compartíamos nuestras historias y nuestros cuerpos se expandían por kilómetros, y que se vio interrumpido por la contingencia sanitaria por Covid-19 para entrar de lleno a la cuarentena, al encierro involuntario. Mi cuerpo colapsó y me lo fue demostrando poco a poco, con pequeñas dosis de dolor durante todos estos meses; pero eso no fue lo único que sucedió, también entré en un modo de introspección muy grande (de por sí normalmente lo observo todo) y ahora el objeto de estudio tenía que ser yo. Solo me tuve, “tengo”, a mí misma durante este tiempo crudo, difícil e irreal.
Querer tomar distancia de una misma cuando toda la vida se ve interrumpida por un virus es muy interesante, porque hay que volver allí, a casa, al origen de todas las decisiones tomadas en un tiempo inconsciente que corría de manera normal, y las consecuencias de esas decisiones y acciones parecía que iban a llegar ligeras. Pero no se puede, no puedo tomar distancia de mí misma y, además, no quiero. Entonces lo dejé ser, todo lo que me estaba pasando. Lo que reía y lloraba al mismo tiempo, de manera casi incongruente, lo dejé suceder en mí. Dejé que me tomara y una noche de julio, escribí un pequeño texto para mí y para todas las mujeres afuera que imagino que bailan y se abrazan, que lloran y gozan.
Aquí quiero hacer un paréntesis y mencionar que una amiga me fue acompañando en esos minutos de noches lentas y oscuras, me motivó a dejar la huella escrita de esos pensamientos. Gracias, Michelle, porque me inspiras. Deseo compartirlo en este espacio porque también es verdad que siempre temo por lo que escribo, dejo todos mis textos inconclusos porque pienso que llegará un día que los deba mejorar. Las palabras existen, tienen su tiempo y su razón de ser pero las mutilamos antes de ser escuchadas, así que aquí está:
Peonia
“Se me empiezan a poner frías las manos, se me eriza la piel porque al parecer se me metió el desierto, me envolvió los pies y con eso contagió todo mi cuerpo. Me quiero provocar el calor, ese calor que abrasa, pero al contrario de eso, ahora me hielo.
Poco a poco vamos entrando en descomposición. Uno a uno los seres humanos nos contaminamos.
Antes de que todo esto sucediera corrí, mucho, corrí kilómetros para poder encontrarte. Cuando llegué a tu pueblo todas las mujeres me miraron y casi acorralándome me pedían noticias de ti, sacudían sus manos persiguiendo mis palabras, y aunque yo pudiera decirles algo, ellas no me iban a entender. ¿Quién puede entender las palabras que ya no tienen vida, las que no miran ni transmiten nada? Así me dejaste tú.
Cuando vi su desolación lo entendí todo. Entendí el miedo, entendí el amor, entendí también el fuego que prendían todas las noches para que iluminaran tu andar.
Entendí su hambre y su sed.
Entendí su clamor, ese que llegaba por las noches hasta donde yo estaba, porque yo también lo hacía por ti.
No dejaron de perseguirme sus ademanes.
Vi sus lágrimas recorrer los párpados que rellenaban los surcos de su cara. Otra vez corrí. Mi cuerpo quería deshacerse en mil partes. Quería dejar de pertenecer a mí misma. Toda esa noche pensé en ti, como la noche anterior, y la anterior a esa.
Cuando bebes el agua sin una razón, la sed permanece ahí. ¿Qué más podemos hacer? Todas estamos perdiendo el contacto del afuera.
El vómito y los sarpullidos nos mantienen inmóviles, nos sentimos extenuadas. Las fuerzas apenas alcanzan para remover un poco la arena y enterrar el olor fétido y ácido de nuestros jugos gástricos, porque no hay nada más.
A esta velocidad no habrá quien se salve, ya sea por hambre, o por sed, o por la enfermedad de nuestra cabeza, pero todas vamos a morir. Nos verán caer suave y lentamente como los pétalos de las peonías cuando se deshojan e inertes se quedan tendidos hasta desintegrarse, sin dejar rastro de su esplendor.
Por eso debo encontrarte. Mi sangre y mi piel saben que aún estás aquí, en este pedazo de cosmos. En cada uno de mis sueños te he escuchado hablar, hablas tan fuerte que sé que vendrás.
Sigues tan hermosa o aún más. ¿Sabes que yo te envidiaba, lo sabes verdad? Pero no porque fueras tan bonita como sí lo eres, sino porque sabías bailar. Todas quedábamos paralizadas, tu podrías traspasar el mar con parpadear. Cada movimiento tuyo nos hipnotizaba, para mí eras esa medusa apasionada a la que no se le puede mirar sin salir herida.
¿Por qué te fuiste? Solo se va en el alba quien no tiene paz. ¿Por qué lo hiciste?
¿Por qué tú?
Soy yo la que siempre sale corriendo, la de los pasos rotos, la que busca al sol, la que necesita el calor.
Voy a seguir encendiendo las hogueras, las encenderé todas, hasta que quedes deslumbrada y eso te haga regresar.
Hoy, por primera vez hoy, no tuve miedo, y me asusta que tu ausencia no me diera miedo, no sé lo que eso significa, tal vez es que estoy tan débil que al nombrarte más bien me reconfortas.
Por favor vuelve, vuelve a bailar.”
Me he dado cuenta de que siempre permanecí rodeada de mujeres espectaculares, empezando por mi mamá y mis hermanas, pero mi entorno estuvo tan establecido de ese modo que di por hecho muchas veces lo que eso significaba. Siempre fue esa mi tribu, sólo giraba la palma de mi mano en dirección al cielo y ahí estaban las de ellas para sujetarme. Son ese eslabón exacto en la vida de una mujer. Al hacerme adulta, he entendido la maravillosa filigrana de la que está conformada una red de mujeres y, por tanto, me he preguntado si es recíproco mi lugar en ese tejido. Hoy pienso que sí, pienso que cada una de mis acciones me ha llevado a este momento en el que reflexiono mi proceder en la vida y con mis compañeras.
En ese sentido, se enmarcó un ANTES y un DESPUÉS de “Proyecto Mujeres”, porque no sólo detonó en mí las investigaciones más potentes y profundas sobre el concepto “mujer”, también abrió un espectro de acciones y decisiones a tomar urgentemente. Yo venía desde hace unos años cosechando mis propios postulados sobre el feminismo y me gusta identificar que se están reconfigurando todo el tiempo. Traducir este estado de cosas y poner mi cuerpo en la escena para dar cuenta de ello, me parece vital.
Porque estoy viva y porque respiro de la forma en que lo hago. Porque percibo las cosas con la piel que tengo, con el cuerpo que tengo, y todo eso cambia con el paso del tiempo. Me fascina pensar mi CUERPO como un mapa, una imagen cargada de vivencias, de cicatrices, de huellas que indican por dónde caminaron estos pies, qué parajes trascendieron.
Ahora, hablando de tiempo, me gusta mucho la idea de que el tiempo no es lineal, sino cíclico. Pienso en los ciclos menstruales, por ejemplo. Ese periodo de tiempo en que el cuerpo de la mujer experimenta una serie de cambios todos los meses, como modo de preparación para el embarazo; pero aún así, si la mujer no está pensando en el embarazo, de cualquier forma los cambios ocurridos en el cuerpo ya configuraron y provocaron la transformación. También es un tiempo de desintoxicación, así lo vivo yo. Sangrar para renovar mis células. Puedo trasladar el ejemplo casi de la misma manera a otros procesos, a otros ciclos que también transforman y trastocan el estado del cuerpo. Como ahora mismo, cuando intento escribir y voy y vengo entre las ideas y los pensamientos, hasta que llega el ciclo de drenar y soltar los conceptos aprendidos. Se goza la liberación de las palabras que después se irán a colocar en el cuerpo, propiciando el movimiento, el baile, mi danza.
Conforme pasa el tiempo, quiero decir, conforme pasan los años en mí, me he hecho más consciente del tiempo que dejamos pasar anhelando, reprochando, ansiando cosas… en lugar de simplemente habitar. Me considero una mujer de estructuras, me gusta la precisión. A veces siento que entro al negro o al blanco, pero nunca al gris; y eso habla de una cierta obsesión por la perfección. Este ha sido uno de los últimos aprendizajes durante estos meses, dejar de exigirme perfección. Los días han sido tan duros para todas que me permití sentirme rota, cansada, frágil, desear ser abrazada y reconocer la necesidad del amor, simple y sencillamente.
Dejo este escrito aquí con más incertezas para mí que para quién lo recibirá.