Por Liliana Hesant (Mérida, Yucatán, México)

Aclaro, este escrito no es un lamento o una búsqueda de sanación, sino un recordatorio de lo que estoy a punto de comenzar. Hablaré desde un vaivén <yo – nosotras> con el temor de no ser lo suficientemente representativa. Sin embargo, he emprendido este viaje bajo un deseo de reivindicar espacios que por mucho tiempo vetaron la participación de las mujeres, y el nombrarme en colectivo permite escuchar (me) desde otro lugar que me cuestiona si este es el camino que quiero recorrer y los modos de hacerlo. De cualquier manera, me disculpo desde ahora si esto no te representa. 

“Una mujer necesita una habitación propia y autonomía económica y personal para escribir”, sentencia Virginia Woolf en su ensayo Una habitación propia, que vio la luz en 1929. Una habitación, tengo. Autonomía económica y personal, no.

Siempre que tengo oportunidad, menciono la deuda histórica que tenemos con innumerables mujeres que han dado hasta la vida por tener un mundo más justo, solidario, equitativo… y por reclamar espacios hacia la liberación del cuerpo femenino en todos sus formatos posibles e imposibles. Ahora, tomando como impulso esta consciencia, decido adentrarme a un espacio donde por mucho tiempo el miedo, la vergüenza, el pudor y el sentirme incapaz e insuficiente podía más que mi ánimo por compartir, socializar y construir un espacio de escucha y libertad, donde el pensamiento se problematice, se organice y que la construcción sea esencial para el andar constante.

Roxane Gay con su libro Mala Feminista (sí, mis escritos estarán cargados de feminismo interseccional) me ha permitido abrazar mi proceso con todos los contratiempos, tropiezos y torpezas que mi ser en busca de desinhibición atraviesa constantemente, “pretendo defender aquello en lo que creo, hacer algo de bien en este mundo, hacer algo de ruido con lo que escribo siendo yo misma”.

Cuando veo a una mujer escribir en sus libretas, cuando escucho a mis compañeras y miro sus ojos de nerviosismo al compartir algo que es muy importante para ellas, cuando escucho: “no tengo la palabra correcta”, “no sabría explicarme”, “no sé si fui clara”, “¿me explico?”, “mejor habla tú, yo todavía no lo tengo claro”, “sigo trabajando en eso, es que todavía no logro concretar nada”, “me cuesta escribir”, “no sé por dónde comenzar”, “a nadie le importa todo esto”, “yo me siento más segura trabajando en mis bitácoras”… Me he preguntado ¿qué miedos nos habitan para no salir de esos espacios de autocensura? 

Ahora mismo me contesto: necesitamos urgentemente generar laboratorios de escritura, liberar el deseo latente, brotar las palabras, las ideas, inventarlas si fuera necesario. Encontrar nuestro lenguaje, abonar nuestra tierra y ser pacientes para vernos florecer. Hacernos cuerpo con nuestros pensamientos, leernos, leer nuestros procesos, crear bajo nuestros términos, sabernos como seres dinámicos y por lo tanto encontrar un rigor en ello: confrontarnos diariamente. 

En este sentido, perder el miedo a mirarme en lo que escribo, a conocerme, a valorarme y escucharme. Confiar en mis capacidades, en mi aporte hacia la vida, hacia la escena y sentirme acompañada en este camino. Detectar dónde están las fisuras, las grietas que posibilitan luz, mapear nuestras áreas de oportunidad y comprometernos a descubrir dónde está nuestro discurso escénico. Quizá suena utópico, pero en estos momentos de pandemia todo es posible.

El feminismo interseccional me salvó. Sí, me salvó y jamás dejaré de decirlo. Me permitió escucharme, valorarme, confiar en mí y sobre todo mantenerme como un laboratorio constante de autopercepción, de crítica, de hallazgos, de lucha y de amor conmigo misma. Me parece que ahí es donde radica todo. 

Me di cuenta de todos los miedos y heridas que he venido cargando por muchas razones y ahora, con todo lo experimentado y con las redes de apoyo que tengo la fortuna de tejer con maravillosas mujeres, he decidido asistir a este gran banquete que es la vida. Experimentar, probar, errar, continuar, indagar, luchar todos los días contra el patriarcado y la opresión que mi cuerpo, mente y alma han recibido desde que tengo memoria. Por lo tanto: anteponer mi deseo a mi miedo.

Decidimos invitar a crear nuestro propio banquete. Impulsarnos a que cada una traiga su propio platillo, para compartirlo, para saborearlo con otras jóvenes investigadoras de la escena, mutando sabores, colores y humores para el disfrute constante. Aquí se goza, se escribe, se cree, se valora la diversidad, se crece, se acompaña y por supuesto: se come rico.

¿Nos acompañas? Queremos conocer tus ingredientes preferidos.