Por Rosa Aurora Márquez Galicia (Ciudad del Carmen, Campeche, México)
Foto: Montserrat Franquesa
¿Medeas?
Primera advertencia:
Muy avanzado el siglo XX los hombres eran los únicos que tenían preparación y derecho para escribir la historia. Como consecuencia, dado que tenían el monopolio para registrar el proceso de recuerdo, el mundo que se ha estudiado y escrito tiene una visión masculina. No es nada raro que el mundo que seguimos aprendiendo sea una perpetuación de esto en las instituciones académicas, en los procesos creativos y en la investigación escénica.
Segunda advertencia:
El género es construido de forma cultural. Aspiramos a que el género no importe al momento de la escritura, el registro, la creación… pero dadas las circunstancias de invisibilidad a la escritura de las mujeres desde tiempos antiguos, es hora de romper la inercia a la que nos hemos visto sometidas históricamente. Vamos a equilibrar tantito la balanza, ¿ok?
Tercera advertencia:
En la mitología griega, una de las mujeres más perversas, violentas y transgresoras que alimenta el imaginario occidental es Medea. Su historia ha sido contada una y otra vez a lo largo de los últimos dos milenios y medio, cada autor se ha inspirado en diversas tradiciones y ha hecho cambios o agregados. La Medea que mata a sus hijos por amor, la que mata por locura, la que no mata, la que se le culpa de la muerte de muchos, etc.
Se ha utilizado como fuente de poemas, obras de teatro, pinturas, películas, ficción en prosa y óperas. Medea es re-escritura, es borrador, es palimpsesto… pero algo es claro, es una mujer de experiencias y saberes ancestrales, extranjera en su propia tierra y con el impulso latente de mantener su autonomía.
Cuarta advertencia:
Al hablar de Medea es imposible no imaginar posibilidades de violencia alrededor.
¿Violencias? La palabra proviene de Violentia, vis que significa “fuerza” o en francés antiguo, el vis significaba ‘cara’, por adaptación del participio latino visum (‘visto’), del verbo videre (‘ver’) y olentus que significa “abundancia”. En una pobre traducción podríamos aplicar el término de violencia, a la cual se pretende aproximar en esta advertencia, como “visiblemente fuerte” o “actuar con fuerza”.
Estimada lectora, en esta cuarta y última advertencia expondré la transgresión que aspiro:
Pienso en la cooperación como una necesidad para modificar y romper con fuerza la inercia que mencioné anteriormente. No por el gozo salvaje de destruir, sino por el gozo de irrumpir la posición cultural de la mujer como objeto no pensante. Principalmente, sin repetir el lenguaje violento del patriarcado y las visiones unilaterales. La transgresión consiste en visibilizar las fuerzas creadoras y romper el estigma de la mujer como sujeto trágico y perpetuo. El viaje del héroe de la heroína es una narrativa que suscita otras imágenes y otras re-escrituras.
La única violencia de esta revolución será hacia la ruptura de la inercia patriarcal y no a la agresión. Una revolución formada hacia la cooperación mutua y sorora.
No salimos de ninguna costilla / No nos vamos a clavar la daga por ver a nuestro amado Romeo morir / No vamos a permitir que se nos exilie de nuestras propias tierras
Medea se suelta el chongo
Aunque nadie se encargue de estar atándole las manos a cada mujer para que no realice alguna creación, los residuos de opresión patriarcal quedaron impresos en nuestra genealogía. No menciono esto para realizar un inventario de la opresión, sino como un análisis de mi propia inhibición al momento de socializar mis elucubraciones artísticas.
Marcela Lagarde menciona que la construcción social de género del ser mujer implica una incompletud. Hemos sido definidas ontológicamente como seres para otros, por ser indispensables para que los otros vivan. Mujeres al servicio, con la intuición de no hablar demás para no herir susceptibilidades, de no caer en provocaciones, de no alterar la paz.
En este análisis de mi propia inhibición he encontrado que durante mi andar escénico he evitado dar una opinión, escribir o compartir procesos por pensarme incompleta en saberes, experiencias y virtudes. Verme en esa incompletud de no saberme suficiente al momento de expresar una opinión, en la comodidad del “mejor me callo” que mi abuela solía ejercer constantemente.
Es momento de pronunciar la autonomía librada de pretensiones. Es momento de erguir la capacidad creadora de las mujeres en la escena. La desinhibición de “soltarme el chongo” y tejer la autonomía del pensamiento creador, ignorando el miedo genealógico y a su vez, abrazando la lucha de mi madre y abuela. La lucha genealógica también consiste en despertar el poder ancestral de autonomía, determinación y excepcionalidad.
Es hora de desmontar los lenguajes que invisibilizan violentamente a las creadoras escénicas.
El teatro, desde tiempos antiguos, ha sido facilitador para legitimar vías de comportamiento civil (de forma litúrgica, narrativa, mitológica etc.) y sus lenguajes constantemente repiten comportamientos que, aunque son legalizados por la sociedad, no son plenamente equitativos. Somos responsables de la repetición de ese lenguaje pero también de su transformación.
Estimada lectora, te invito a soltarnos el chongo.