Por Dulce Gabriela Gutiérrez

Al iniciar la carrera de dramaturgia y guion sabía que la tenía más difícil que algunos de mis compañeros por estar sola, estudiando y trabajando en una ciudad monstruo como lo es la Ciudad de México. Pero jamás pensé que al regresar a mi ciudad, que aunque es la más poblada del estado de Tamaulipas, somos pocas las personas que nos dedicamos al oficio.

Egresar de dramaturgia y guion en una prestigiada escuela de actuación en la CDMX podría sonar a éxito asegurado para muchos, podríamos pensar que se firma un contrato de exclusividad con la casa productora del mismo instituto y pasar los próximos seis años escribiendo series para Netflix.

Bueno, algo así nos imaginamos mis compañeros y yo. Pertenezco a la segunda generación de la carrera, nos gusta llamarnos entre nosotros ¨los güinabís¨, jamás buscamos darle una profundidad a su significado más que la obviedad; ser profesionistas en nuestros variados campos jugándole a ser escritores.

Mi generación es tan variada como dulces dentro de una piñata. La mayoría son actores y actrices, un cantante, una fotógrafa, una arquitecta y hasta un abogado llegó a pisar el aula. Todos y todas con la misma intención: escribir.

¿Por qué escribe una persona? 

Yo escribo dramaturgia porque me gusta ficcionar. De niña tenía más de 30 muñecas y cada una tenía nombre, edad, hasta signo zodiacal; bien pude desarrollar las 100 preguntas de personaje de cada una, teniendo su sentido de pertenencia y razón para salir de la mochila a escena.

Comencé como la mayoría en el oficio, actuando. Me gusta decir que actuaba por necesidad económica y para posicionar mi existencia en el panorama teatral local. Entre más actuaba más me daban ganas de dedicarme a escribir. 

Pasaba noches buscando textos dramáticos en internet para montar en la preparatoria y después en la universidad las opciones eran paupérrimas, algunas con finales bíblicos o cargas morales. Siempre terminaba escribiendo algo, así durante muchos años, llorando en el piso de mi cuarto deseando encontrar mi lugar en el espacio… Fuera de mi ciudad de preferencia y en donde pudieran capacitarme en mis textos.

Cuando eres de un estado como Tamaulipas, sin escuelas de arte, tienes dos posibilidades:

Emigrar o buscar la formación continua en eventos dedicados a las ramas de tu interés.

Así fue mi acercamiento a la Muestra Nacional de Teatro, dónde cada año me registraba para tomar taller de dramaturgia con los dramaturgos y dramaturgas más importantes del país. Cada año me hacía bolita y lloraba a escondidas después de que los talleristas notaban mi muy pobre nivel en los temas, con una pésima redacción y diálogos sosos de mis personajes. Pero cada año me volvía a inscribir.

El panorama estatal era diferente, el encuentro de teatreros era un espacio para que cada grupo mostrara su trabajo, a veces con actores y actrices igual de precarios que mis textos en los talleres y con diálogos igual de sosos que los de mis personajes.

El ambiente de talleres tenía un menor grado de toxicidad que la sección de muestra. Anteriormente, en algún momento se pedía escribir en un correo tres opciones de talleres deseados. Mi primera opción siempre fue dramaturgia, pero sólo una ocasión logró posicionarse entre la mayoría de votos de la comunidad teatral. 

Tamaulipas, como seguramente más estados del país, es un estado de actores, y los y las directoras de cada localidad trabajan en instituciones o academias públicas y privadas, la mayoría son de edad avanzada. 

Abrirme camino sin experiencia fue difícil, en algún momento llegué a pensar que la profesionalización podría ayudar a que mi trabajo fuera tomado con la seriedad con la que yo, desde mis primeros años lo veía.

Hasta el momento de mi egreso me he topado con una comunidad dura y establecida con un ritmo de trabajo y compañerismo donde no he logrado encajar.

Decidí estudiar en la Ciudad de México para que las bases de todo lo que aprendí y el teatro que vi se compartiera en mi comunidad, hasta el momento sólo me he topado con muros que tal vez yo misma me pongo a veces.

En algún momento en la carrera nos ofrecieron atención psicológica pero al hacer cita con la psicóloga nos decía que no podía porque tenía agenda llena con los y las chicas que estudiaban actuación. A mí siempre me pareció ridículo, ya que si los actores entran en conflicto con su personaje es porque detrás del texto se esconde la herida de un autor. Claro, sin demeritar el trabajo y la presión actoral.

Sin duda el camino de la escritora es una vereda solitaria y en mi panorama reynosense aún más. Y aunque el futuro parece desolador en una ciudad con reglas y estructuras ya fundadas; hay nuevas redes de apoyo que se van tejiendo en las trincheras, de aquellos solitarios pisos, dónde las personas lloran por buscar su lugar en el espacio.

Por mi parte y en lo solitario de mi oficio, he creado un plan de trabajo que consiste en poner mis textos al servicio público mediante plataformas como TikTok, dónde compartiré fragmentos y videos. Esto con la finalidad de que personas de preparatoria y universidad que quieran apropiarse de los textos lo hagan con total libertad sin ningún costo, esperando ser montada en estructuras que apenas se están forjando.