Por Sayuri Elizabeth Navarro Leyva
Quiero enfocarme en dos aspectos; la vergüenza y el poder de la representación.
Se sabe del teatro la potencia de intervenir la realidad, de modificarla, la potencia de tocar al otro, a la otra y transformarla, su potencia poética y política irresistibles al ser humano. Siempre he creído en el teatro y en los últimos años he podido constatar su capacidad de construir comunidad, he presenciado la potencia de la representación como una herramienta para empoderar mujeres, para sanar heridas, para dar voz y presencia, del afecto como experiencia artística. Pero, si el teatro puede proveernos de todas estas bondades en beneficio de una sociedad empática, ¿porqué este beneficio no ha sido siempre para las que hacemos teatro, para las y los que ensayamos la vida detrás de bambalinas?
La vergüenza se define como un sentimiento de pérdida de dignidad causado por una falta cometida o por una humillación o insulto recibidos.
¿Cuánta violencia existe tras bambalinas?, ¿cuántas veces viviste un acoso normalizado?, ¿cuántas veces dijiste si cuando querías decir no?, ¿cuántas veces se apropiaron de tus ideas?, ¿cuántas soportaste malos tratos para que la obra saliera?, ¿cuántas veces te preguntaste porqué el director les grita a los técnicos o a los actores o a las actrices o a la productora?, ¿por qué se ha aceptado la ira como parte del genio artístico?, ¿por qué permitimos la violencia en nuestros cuerpos? ¿por qué dejamos que pasara?, ¿por qué no lo detenemos?
El abuso invisible, el maltrato encubierto genera en quien lo vive culpa y vergüenza, un sentimiento de inferioridad, de falta de valor, una separación de la propia identidad. Nos sentimos inútiles y por vergüenza silenciamos el maltrato, algo dentro de nosotras no puede entender ¿cómo fue posible permitir el abuso?, ¿cómo fue posible que le entregáramos nuestro poder a alguien? Y es que reaccionamos a la representación, estamos condicionados y condicionadas respecto a una narrativa que se expande más allá de las salas de teatro. Nos enseñaron a obedecer. Existe un sometimiento respecto a una representación usurpada, habría que limpiar en algún momento el nombre del teatro y ponerle nombre y apellido a quien abusa; no es el teatro somos las personas que hacemos teatro. Un director, una directora, una institución no representan al teatro, no hay necesidad de someterse a ninguna voluntad externa, no hay necesidad de ponerse al servicio de los deseos estéticos o narcisistas de alguien más.
José Antonio Sánchez en su conferencia La imagen elocuente señala que “se trata de pensar cómo la imagen y la palabra retornan al cuerpo, recuperan la humildad de los cuerpos y devuelven a los cuerpos la potencia que les robaron las representaciones. Existen cuerpos que son imágenes. Y cuerpos que desbordan la imagen. Existen cuerpos que son imagen, porque repiten la actuación de todos los cuerpos. Existen cuerpos que son imagen, porque representan el papel que les corresponde. Y existen cuerpos que desbordan la imagen, porque resisten la maquinaria de subjetivación. Existen cuerpos que desbordan la imagen porque reclaman ser autores de sus propios papeles. El cuerpo que desborda la imagen no es un cuerpo individual. Es un cuerpo que carga sobre sí la responsabilidad de la colectividad. Es un cuerpo teatral, en un sentido de teatro diferente. Un teatro que no está basado en la representación, pero que tampoco puede concebirse como mera participación. No es participación, sino más bien implicación. Implicarse significa ser responsable de la acción, no delegar la responsabilidad de la acción. Ni del sentido. Implicarse significa ser responsable del pensamiento, no delegar la responsabilidad del pensamiento.”
¿Cuántas veces hemos espectado o representado un personaje femenino que no nos representa como mujeres?, ¿cuántas veces nos hemos odiado por no satisfacer los estándares de representación femenina a nivel global?, ¿sería posible que exista en este momento del tiempo una apertura a la des-subjetivación, a la posibilidad de apropiarnos de nuestros cuerpos?
Según Alan Badiou “el acontecimiento crea una posibilidad, pero luego hace falta un trabajo colectivo en el plano de la política, individual en el caso de la creación artística para que esa posbilidad se haga real, es decir, se inscriba etapa tras etapa en el mundo.”
Lo hemos hecho muy bien, hemos realizado un trabajo de repetición, de actos constitutivos sobre los roles de poder y sometimiento establecidos, pero estoy segura que en nuestra imaginación existe algo más, es posible descoser la ficción establecida y construir una mirada propia sobre el mundo y sobre nosotres.
Una mujer no es solo lo que nos han enseñado que es una mujer y un hombre no es solo lo que nos han enseñado que es un hombre. Nuestra capacidad de imaginación y creación son infinitas. Confío en que nuestra capacidad de respeto y amor también lo sean. Confío en que un día dejaremos que las emociones y los afectos nos recorran, aceptaremos que un hombre no puede ser “fuerte” todo el tiempo porque se empieza a destruir por dentro y que nosotras no son somos una musa frágil, servil e indefensa. Somos flores pero también somos fuego.
Hay una deuda con los cuerpos y una de las formas para sanar la vergüenza es enunciar el abuso, enunciar tu propia historia.
Entonces lo voy a decir:
Fui omitida, fui violentada, fui ingenua.
Pero ya no más.
Abro aquí un espacio de enunciamiento para salvaguardar el futuro, para aprender a usar mi garganta y decir no sin miedo.
Manifiesto del no
No te voy a obedecer.
No me voy a someter.
No me vas a tocar si no quiero.
No te voy a creer si me dices que lo que soy, que lo que siento, que lo que pienso no es válido.
No soy una exagerada.
No tengo miedo.
No me voy a callar.
No voy a dejar de soñar.
No voy a dejar de bailar.
No voy a dejar de actuar.
No voy a congelar mi cuerpo cuando me mires con desaprobación.
No me voy a callar.
No voy a estrangular mis lágrimas porque tu crees que ellas son debilidad.
No voy a tener miedo de estar sola, porque voy a tenerme a mí, siempre.
No voy a dejar de amar a mi familia.
No me voy a olvidar de mí.
No me voy a callar.
No soy un objeto.
No soy un trámite.
No soy de tu propiedad.
No estoy obligada a darte nada.
No estoy obligada a ser amable si no me respetas.
No me voy a callar.
No voy a creer que no soy capaz de dirigir mi teatro o mi vida.
No voy a dejar de amar.
No voy a dejar de abrazar.
No voy a dejar de cantar.
No voy obligarme a hacer nada que no quiero.
No voy a mendigar cariño.
No voy a dejar de creer en la vida.
No me vas a aplastar.
No voy a creer que sin ti no soy nada.
No voy a creer que estoy loca por mirar como miro la vida.
No estoy aquí para cumplir las expectativas de nadie.
No me voy a sentir culpable por decir no.
No me voy a callar.
No voy a dejar de creer que un mundo más tierno es posible.
No voy a dejar de creer en el amor y el respeto.
No voy a dejar de creer en la tierra.
No voy a dejar de creer en mí.
Y por último, te pido a ti que lees o escuchas esto: respira profundo y siente en tu espalda las manos de todas las mujeres que te anteceden, las manos de todas las mujeres que estamos aquí, de todas las mujeres que nos pronunciamos en voz alta. Siente cómo te sostenemos, cómo te abrazamos, cómo te empujamos. No estás sola, nosotras te creemos.
Esta publicación forma parte del proyecto ¡Se armó el Argot con las Medeas!, el cual cuenta con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC) en la categoría de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (FONCA)