Por Karla Camarillo

La mujer que me presentó la poesía se llama Gloria. A Gloria no le permitieron ir a la Universidad, pero una noche escapó de su casa en Poza Rica y se fue con su amiga Lupita a Xalapa para estudiar Pedagogía, su (d)eseo era aprender cómo   enseñarle a otrxs. Ni se imaginaba las consecuencias de su valentía; su voz le abrió la puerta a sus hermanas, que después la siguieron y tejieron sus propios caminos. 

Pero Gloría no confía en el poder que tienen sus palabras. Ella escribe poesías, cuando aprendí a hablar las decíamos juntas, a los 5 años yo ya sabía leer, entonces ella me escribió un poema, lo memoricé y Gloria me puso frente a un micrófono y reconocí mi voz y la suya …y ahora digo orgullosa que el primer escalón he subido. 

Gloria es mi madre, es quien me dio la voz y unos años después me dio el silencio, como también se lo dieron a ella, no la culpo. Nuestra relación está cimentada en esa paradoja: entre el poder de la palabra y el poder del silencio. Yo quisiera regalarle un poema que le devuelva la confianza en su voz, una manta de palabras que suenen fuerte y la abracen, pero el tufo del silencio todo lo impregna y te mal acostumbras, ¿Cómo escapas de una peste que se alimenta de dolor, de miedo, de moralina, de impunidad, de la comodidad de los otros? ¿Cómo dejas de ser solo ausencia, cuando ya te acostumbraste a que tu voz no valga nada, o casi nada, a no contar? 

Dice Liliana que todas tenemos un tema en el que somos expertas, el mío es El Silencio.

El silencio se fue implantando en mi cerebro de niña como un parásito, precisamente cuando comencé a descubrir mi voz, cuando mi presencia comenzaba a sonar lo impusieron ahí hondeando una mentirosa bandera de paz, una bandera mordaza. Luego apareció en todas partes; mi compañero de juegos marcado en un tablero de Turista, pigmentado en mi piel, en el códice de mis pecas y lunares, en mis cabellos gruesos despeinados; cosido en las cicatrices que tiene mi hermanita en las muñecas, en la mirada perdida de mi madre, en las maletas que mi tía no se atreve a hacer. Del silencio brota una tristeza de enredadera que seca el (d)eseo, despedaza las imágenes que florecen en tu imaginación, hasta que borra tu aroma y un día ya no estas y no sabes cuanto tiempo ha pasado. De tanto dejar de escucharte, desconfías, desconfías de lo que imaginas, desconfías de lo que quieres, de lo que sientes ¿Es real o no? Desconfías de tus deseos, de tus propias ideas, desconfías del valor de tu poder de creación, de tu voz como artista. La voz del silencio es esquizofrénica. Ahí no hay paz, no hay amor propio, ni ajeno, no existe Dios. 

Emma

Gloria 

Angélica

La categoría Silencio me obsesiona, su violencia me sangra los tímpanos con el ritmo de un contador manual. 

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En mi casa tengo un frasco para guardar los Silencios con los que me muerdo la lengua, carne viva que envuelvo en un pedacito de hoja blanca, lo doblo y lo meto ahí, una alcancía de silencios para comprarme tiempo y memoria. Cuando el frasco se llena lo destapo y entiendo por qué mi lengua es un pellejo. También tengo el frasco de Las heridas, el de Las ideas, Las injusticias, y he tenido frascos de Poemas, de Traiciones, de Sororidad Descafeinada, de Pesadillas, tuve un frasco para Mi vergüenza.  Los frascos ya forman parte de mis procesos creativos, porque me ayudan a no olvidar(me), a sostenerme en el vértigo, a pausar la desconfianza, los tengo en mi escritorio y cuando estoy tecleando suenan, literalmente suenan; tecleo tan fuerte que la mesa se mueve y los frascos se golpean unos con otros y suenan, me gritan. Cuando estoy en el punto en que los frascos gritan ya no puedo dejar de escribir. Marianella me enseñó la técnica de los Frascos. 

Frascos para guardar a Smith, para contener el caos y permitir que germine el (D)eseo.  

A inicios del año 2020, yo estaba peleando con una de las consecuencias que la herida del Silencio dejó en mi vida bajo el diagnóstico de: Depresión Crónica que la visita cíclicamente desde la infancia por largos periodos de tiempo; un diagnóstico como un bozal. Prefiero decirle Tristeza, la tristeza es una pasión que logro transfigurar a través de la creación. En esas estábamos Tristeza y yo cuando llegó la Pandemia: Pausa…                                      

       ¿Dónde pongo mis manos?                                       

                                                                           ¿Dónde transfiguro la Tristeza?                        

Y ahí transitaron casi 2 meses edulcorados de histories de Instagram, sumando burpees que me bombearan el corazón, esperado que el efecto de las push ups contra la depresión me tocara, que el club #TeAmoAmiga de las push ups contra la depresión no parara hasta alcanzarme, mientras afuera el mundo se iba silenciando, las calles, los parques, los restaurantes, las fiestas, los teatros… El ruido del conteo de las ausencias ocupó todos los lugares, aún con dolor y miedo hacíamos cuentas en voz alta: con nuestras familias, con nuestros amigos, en el trabajo, contábamos y los números dolían, poníamos atención al sonido de las gráficas de las 7 de la tarde donde nombraban al causante y nombrábamos a sus victimas. Extrañamos la calle, el convivio, el gentío; el último día que estuve entre una multitud y me sentí segura, fue en la marcha del 8 de marzo del 2020, ese jardín florido de rabia. Justo unos días después inició en México el confinamiento. 

Pienso que fue ese contraste en mi memoria, ese antónimo de conteos y gráficas, esa diferencia entre contar en voz alta y cuentas silenciadas, eso y mi propia historia con el silencio, lo que accionó en mi cabeza otras preguntas.       

      ¿Cuántas muertes son muchas?      

                      ¿Qué nombramos y a qué silencios nos hemos acostumbrado?       

                                                      ¿Qué quiere decir SIN IDENTIFICAR?                                              

         SIN IDENTIFICAR.             SIN IDENTIFICAR.               SIN IDENTIFICAR. 

Entonces abrí El mapa de los feminicidios que elabora María desde el 2016, ahí también hay gráficas y cifras, pero no tienen conferencia vespertina, ni se nombran en voz alta, ni se discuten en el trabajo o con la familia, ni paran el mundo. 

Decidí llevar un registro diario de los feminicidios que seguían ocurriendo en México, leí notas de prensa partiendo del 8 de marzo del 2020 y alrededor de 10 meses escribí nombres de mujeres silenciadas, quise escribirlos a mano en hojas blancas, que fueron creciendo sobre mi mesa, junto a mis frascos. Me interesaba la idea de poder esculpir sus nombres, de alguna manera hacer tangible con mi letra la ausencia de esos cuerpos, esos silencios. Escribiéndolas a ellas me escribía a mi.  

Después pensé que tocaba nombrarlas y concluí hacerlo el 8 del marzo del 2021, en una trasmisión en vivo desde la página de Facebook de la Compañía Nacional de Teatro. Analicé previamante si era el medio más adecuado, o si debia hacerlo sola; pensé que yo estoy haciendo una residencia artística en la CNT, soy parte de su elenco y recibo mensualmente una cantidad de dinero que cuando se cerraron los teatros, me permitió seguir trabajando, entrenándome, estudiando, investigando(me) llegué a estas preguntas sobre la ausencia y el silencio, me permitió profundizar en la intensa desconfianza que se instala cuando apagan tu voz; cuando comencé este registro ni siquiera era consciente de que estaba construyendo desde una herida personal y que de esa herida venía un impulso creativo y un punto de vista como artista.  Lo que emana de mi historia empujó a mis manos a registrar nombres de mujeres silenciadas.  La CNT por el momento, también es ese frasco en el que concentro mi furor y lo pongo a germinar y tenemos un compromiso bidireccional. 

Es cierto lo que dice Virginia, las mujeres necesitamos un poco de dinero y una habitación propia para sentarnos a crear. 

Otras mujeres también pusieron su cuerpo para poder llegar a está acción, la nombré Mientras estábamos en casa. Sin la potencia de cada una, no hubiera sucedido: Eréndira creó una foto en donde atravesó con luz un mapa de México y Ana Gabriela la distribuyó como cartel, Ximena y Francis operaron la transmisión y Pamela estuvo conmigo grabando y acompañándome alrededor de esas 3 horas, cuando terminamos me dio un abrazo. Durante la última noche en que yo hacía este registro, muchas mujeres se reunieron en el zócalo de la Ciudad de México y escribieron sobre la valla gigantesca que blindaba el Palacio Nacional, los nombres de mujeres asesinadas en este País, hicieron de una valla un memorial. Es verdad que lo personal es político.

Mi acción no va de activismos, no tengo la fortaleza de quienes ponen sus manos en la lucha social, mucho menos me interesa capitalizar en un discurso intelectual, el mundo de las ideas no me basta. Quiero tomar aquí las palabras de Audre, quien también me ha guiado y que habla con toda lucidez sobre convertir el silencio en lenguaje y acción: la importancia de mi presencia radica en el hecho de que aún estoy viva y podría no estarlo. Pienso que fue desde ese lugar desde donde las escribí a ellas y las enuncié.

El Silencio es mi herida, por eso me obsesiona y lo disecciono en frascos como en un laboratorio.  Me gusta pensar mis heridas como espacios en mi carne en los que guardo información valiosa, su costra está hecha de impulsos creativos contenidos en la memoria de mi cuerpo, mi necesidad de creación es vital, defenderla me ha salvado; me inyectó adrenalina para correr cuesta arriba detrás de un abusador, hasta desmayarme, me sostuvo 36 días seguidos parada en un Ministerio Público y llevó todas mis cosas a casa de Diandra, migró conmigo a la Ciudad de México y se durmió a mi lado en el sofá de Ana. Escribió mi nombre en la Compañía Nacional de Teatro y hoy me tiene aquí, articulando, peleándome de nuevo con la desconfianza, con la falta, transfigurando la tristeza, germinando el (D)eseo, conmovida con la potencia y la generosidad de las mujeres que me han acompañado. Reconozco en cada párrafo de este texto que su voz es indispensable, hasta el último renglón, cuando Eli le saca tiempo al tiempo para ayudarme a profundizar con toda su maravillosa claridad, con su fuerza y su talento para ir al fondo de las ideas, ser testiga de la genialidad de todas ellas me inspira. 

Nombrar es doloroso, escribirle un nombre a las heridas y narrarse es dolorosísimo, pero no hacerlo es fulminante: si no me escribo soy una ausencia, dice Alejandra. Ser ausencia es insoportable, no hay consuelo para esa injusticia.

Honro los nombres de todas esas mujeres silenciadas, honro toda la poesía que injustamente nos arrebataron cuando apagaron su poder de creación.

Esta publicación forma parte del proyecto ¡Se armó el Argot con las Medeas!, el cual cuenta con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC) en la categoría de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (FONCA)