Por Lucía Calderas

Cuando la incertidumbre sobre la identidad crece, la acción se paraliza. Sheba Camacho

Para empezar esta lectura quiero proponerle al lector un ejercicio. Si usted estudia teatro o ha tomado clases, talleres, hágase esta pregunta: ¿de qué color son o han sido sus maestros y maestras? Sí, ¿de qué color de piel? ¿en qué porcentaje hay maestros de color respecto a los blancos? ¿cuántos de esos maestros hablan una lengua indígena o provienen de pueblos indígenas?

Esta pregunta no es trivial. Cuando la comunidad BIPOC* ha tenido la oportunidad de entrar en el sector académico no es para ocupar puestos de liderazgo en la enseñanza y cuando esto se logra, no se nos permite modificar los planes de estudio para integrar los saberes propios de nuestra cultura, contextos y cosmovisiones gestadas a través de los siglos. Siempre se espera de nosotros que cumplamos con el cánon, que enseñemos “los clásicos” y claro, no formamos parte ni de esos clásicos ni de la historia “universal” porque hemos sido prácticamente exterminadxs. La invisibilización histórica y la exterminación planeada no han permitido que se coagule todo el conocimiento y la experiencia racializada y precarizada (por única que sea para cada individuo) en una episteme que permita a los cuerpos que participamos en ella enriquecer la perspectiva de la vida. Ese vacío en la historia crea a su vez un vacío ontológico, una especie de melancolía y desarraigo permanente.

La supuesta supremacía blanca nos ha construido en su imaginario como entes secundarios que hacen posibles las dinámicas sociales. Somos entes fantasma. No se nos considera sujetos, sino objetos de utilería. Hay que empezar a decir también que, así como hubo una feminización de las tareas domésticas (cuidar, parir, limpiar) hubo una racialización de la esclavitud, por ende, siempre hay una especie de servilismo y docilidad que se espera de nuestra parte, en las aulas y en la vida en general. Por cada persona blanca “ejemplar” hay decenas de personas racializadas sosteniendo su éxito en condiciones de precariedad. Por eso la visibilidad no funciona (del todo), porque no pone la comida sobre la mesa ni modifica las estructuras que permiten la violencia, sino que solo cambian de color a la persona en turno.

No estamos discutiendo lo suficiente los efectos del colonialismo dentro del teatro y lo que eso les hace a nuestros cuerpos, lo que eso les hace a las identidades que participan de él tanto como actores como espectadores. ¿Cuántas veces escogieron a la güera para la beca, para el papel porque “la protagonista no puede ser prieta”? ¿Qué quiere decir esa leyenda en los castings “latinx internacional”? ¿Por qué hay que esforzarse en que no se te note lo gorda, lo morena, lo pobre? ¿Por qué tengo que ocultar cosas sobre mí que no son “malas”, sino que son consecuencias de lo que el mundo me ha hecho? El mundo no ha tenido suficiente con hacernos atravesar un sin fin de lastres, sino que además se espera que me avergüence por ellos.

En la escuela, en el trabajo, en mi profesión como actriz, nunca podré ser la mejor, destacar en ello o simplemente disfrutarlo sin que se recalque mi condición de otro o sin que haga énfasis en las dificultades que tuve que atravesar para lograr ser buena, a pesar de ser quien soy. No tienen suficiente con forzarnos a sortear un mar de odio, sino que ahora también debemos incluir sus efectos dentro de nuestra narrativa y asimilarlos en ella como parte fundamental de nuestros logros. Los sujetos sospechosos no somos nunca un punto de partida, somos vistos como una consecuencia.

No basta preguntarse porqué no estamos contempladxs para los papeles de enseñanza, sino que la pregunta es ¿QUÉ CAUSAN NUESTRAS AUSENCIAS EN LA PEDAGOGÍA ACTORAL? con todo lo que eso implica. No solo en las aulas, como alumnxs o maestros sino que no formamos parte activa de la construcción de conocimiento. ¿Por qué tengo más en común con “la señora que hace la limpieza” (de quien muchos no saben ni el nombre) tanto física como emotivamente que con mis maestros o con el mismísimo Stanislavski? ¿qué produce esa distancia entre nosotrxs y la gente altamente credencializada del teatro? ¿quiénes validan esos conocimientos?

Existen técnicas actorales elaboradas por las diásporas, por las cosmovisiones indígenas, por lugares fuera de Occidente, ¿por qué no han llegado a nosotros? ¿por qué hay que investigar largamente para ubicarlas? Los conocimientos no mueren ni están ocultos por casualidad, más bien se asesina y se persigue a los portadores de esa sabiduría. No lo olviden.

La privación de la capacidad de expresar lo que conforma nuestra identidad ha mutilado de muchas maneras nuestras capacidades físicas, psíquicas y afectivas. Estoy cansada. Estoy

harta de tener que acotar las capacidades de mi cuerpo a la estética colonial que produce sensaciones a partir de la monumentalización del dolor (Narváez Boadas, 2018). Nadie se pregunta cómo el tener que apegarnos una y otra vez a sus expectativas nos sigue lastimando y eso se debe a que no estamos inscritxs dentro de sus agendas afectivas, es decir, ese dolor que sentimos y sigue impune se ha dado por hecho. Nuestra incomodidad es problema nuestro. Somos demasiado quejumbrosos, demasiado exigentes, demasiado radicales. Deberíamos estar agradecidos de poder aprender de los grandes. La blanquitud insiste en olvidar. Vive en negación de sus privilegios y creen que es suficiente con sentir empatía, misma que se siente más como caridad. La exigencia es que se hagan cargo de su responsabilidad histórica, en las aulas, en escena, en todo momento. Nosotros no olvidamos. La deuda es impagable. Si nuestros cuerpos, prácticas religiosas y subjetividades han sido patologizadas, ¿cómo llamamos a la amnesia blanca? Ese olvido enfermo que en realidad es un odio silencioso y que continúa exterminando.

Este es un rugido, ahora; un aullido de rabia que llora de acordarse de las burlas, los rechazos y las miradas despectivas sin disimulo que he sentido sobre mí y “los como yo” una y otra vez. Este es un llamado a los que hemos sido bautizados “nacos”, “sucios”, “indios”; no le hablo a las instituciones porque la Academia es una más de las cabezas de esa Hidra de opresiones, le hablo a los cuerpos rechazados y abyectos: hay que continuar confiando en la construcción de saberes periféricos cada vez más desarraigados del aspiracionismo blanco y Occidental. Aunque nuestra “condición racial” no nos tome en cuenta como sujetos productores de conocimiento, nos reiteramos como tal. Fuera de la belleza, la mesura, la delicadeza. Ahora voy a portar más orgullosamente las categorías que han forzado a ser despectivas y llevarlas a las aulas, tan abierta e indisimuladamente que los que se sientan avergonzados e intimidados sean ustedes. Este es un llamado a no sentir vergüenza por nuestros cuerpos, orígenes, discapacidades, lenguas e ideas.

No estamos pidiendo reconocimiento ni protagonismo dentro de sus ficciones rancias (sí, con todo lo que la palabra ficción significa para el teatro). Escupimos sobre sus clásicos. Nos agenciamos del lugar del mundo en el cual nos han puesto y lo usamos como arma, generamos hypersticiones*, mitos propios que parten desde nuestra experiencia en el mundo y que ponen al centro de la vida conexiones multiespecie, alianzas con la tecnología y que finalmente nos brindan un proceso de resiliencia que nos permita divisar un mundo post-capitalista. Desde el asco que les causamos nos reivindicamos para decir que nuestra

violencia es existir alegremente. Nos despedimos de los espacios donde no cabe nuestra infinidad, nuestra multiplicidad de géneros, nuestra contradicción genital, la vastedad de nuestras lenguas e ideas porque el imaginario colonial es demasiado estrecho. Estamos listxs para atentar contra los espacios que nos niegan. Estamos tomando la escena, estamos alzando la voz, desde esta deriva que habito y desde la que otros me acompañan. Usaremos el teatro como espacio principal del intercambio multicultural del que estamos siendo testigos activos. Usaremos sus pedagogías obsoletas para catapultar métodos de cohesión social cada vez más extraños e inventados desde la ternura. Aquí estamos, con cuerpos jadeantes y al acecho. Espérennos.

*BIPOC es un acrónimo para referirse a un conjunto de minorías racializadas y quiere decir Black, Indigenous and People of Color.

*Una hyperstición (originalmente hyperstition) une el prefijo hyper (del movimiento filosófico aceleracionista) con la palabra superstición y se usa para describir a las ficciones que se hacen a sí mismas realidad.

Bibliografía:

D. Luckett, Sharrell; Shaffer, Tia. (2016). Black Acting Methods: Critical approaches. Routledge: Inglaterra.

Narváez Boadas Funes del Valle, Iki Yos Piña. (2018). “La fantasía de asaltar el museo” enDevuélvannos el oro. pp 20-33. Matadero. Centro de residencias artísticas: Madrid.