Por Miriam Rangel
Adentrarme en mí para escribir este texto me genera un vacío en el estómago. Imágenes llenas de nostalgia invaden mi mente, hoy tengo la oportunidad de contar lo que he pasado en mi proceso. ¿Cómo llegué a ser lo que soy? ¿Cómo me convertí en actriz sin pertenecer a una escuela? ¿Cómo el teatro me ha transformado? ¿Quién fue mi inspiración en todo este proceso creativo? ¿Por qué decidí ser maestra de teatro en un bachillerato?
Siempre me ha encantado contarle a mis alumnos las historias de compañeros que han tenido diversos logros, pero jamás cuento la mía. Siempre me mantengo en el anonimato, muy pocos conocen mi proceso. Todos me ven fuerte, con una voz potente e indestructible. Ahora contaré la historia detrás de esa mujer que ven valiente y llena de pasión por el teatro.
Nací en una ciudad donde calienta el sol, donde te abraza el sudor y lo único que existe es el hedor que expiras. Esta ciudad llamada Poza Rica, se encuentra en el Estado de Veracruz. Desde pequeña fui callada, obediente, sumisa… Así me educó mi madre, así la vi a ella. A veces estaba en ese cuarto oscuro donde no podía levantarse de las madrizas que le metía mi padre, y perdón por las groserías pero las cosas como son, así fue mi padre. Durante mucho tiempo fui silenciada con frases que aún suenan en mi mente: ¡Tú no opines! ¡No sabes! ¡No sirves para nada! ¡Dices cosas incoherentes! ¡Cállate! Así viví mi niñez.
Tengo tres hermanos, soy la pequeña de la casa. Un hermano mayor, que lo único que heredó fue lo que aprendió de mi padre y lo repetía con nosotras. Lo mejor que pudo pasar en mi hogar fue que ese matrimonio se disolviera y así todos alcanzamos la libertad, esa libertad que disfrutamos a nuestra manera.
Nunca fui buena para la escuela, eso me lo repetían una y otra vez en mi casa. Nunca fui el prototipo de mujer que ellos querían ver en mí, era todo lo contrario, una inadaptada. De hecho, en la secundaría quedé en un grupo conocido como “los inadaptados”, esos que traen problemas de aprendizaje. Ahora creo que aquello fue lo más maravilloso que me pudo pasar en esta vida, allí encontré el origen de lo que en verdad quería ser, allí conocí por primera vez la palabra TEATRO y la poesía. Descubrí mi voz, no sabía que tenía voz hasta que un día, al leer, descubrí los relieves y matices que existían en mí, hasta pude percibir los colores de esos matices. Allí supe que quería seguir haciendo esto.
Alberto, mi maestro de español, nos leía cuentos. Su clase era muy dinámica: leíamos obras de teatro, nos ponía pequeñas improvisaciones, me divertía… Él no era como los demás maestros, yo me sentía muy bien y quería saber más. Una vez hubo un concurso de poesía en la secundaria, yo solita tomé un poema y decidí concursar. Lo preparé, me lo aprendí y me inscribí. Cuando llegó la hora de concursar, había mucha gente y la sala estaba llena, jamás voy a olvidar ese día. Y entre todas las personas, estaba mi maestro de español.
Recuerdo que, cuando me nombraron, hice mi entrada triunfal. Desde el pasillo empecé mi texto, mi voz llenó toda la sala y el público volteó a mirarme. No sé cómo le hice pero yo recuerdo que moví todo mi cuerpo y mi voz salía como rayos estruendosos, hasta que terminé. No gané el primer lugar pero quedé como suplente, y allí empezó mi historia. Allí, donde conocí al maestro Alberto, un hombre libre al hablar, un hombre culto que siempre te incitaba a seguir aprendiendo. Después supe que tenía un grupo de teatro independiente, el espacio se llamaba “La Casa Rayada” y su grupo: “Oro Negro”. En el proceso de enseñarme a declamar, él mencionó que lo sorprendí cuando concursé. Él no lo sabía, pero sus clases fueron una inspiración para que yo tomara el valor de aprenderme un poema. Recuerdo que mencionó que quien no se aprendiera un poema en toda su vida, sería una piedra. Yo no quise serlo. Después me habló de que en la preparatoria tenía un grupo de teatro y que podía integrarme, me sugirió que estudiara la prepa allí, en el COBAEV 32 de Coatzintla.
Coatzintla es una pequeña comunidad que me quedaba a 40 minutos de donde yo vivía. Alberto me dijo que allá podía concursar en declamación, después me invitó a ver la obra que tenía con su grupo de teatro independiente, fui y quedé impactada con el montaje llamado ANTÍGONA, de Sófocles. Nunca la podré olvidar; yo quería hacer eso, quería actuar. Ese fue mi encuentro y me puse un objetivo: trabajar duro para entrar a su grupo de teatro. Con el tiempo fui su declamadora en la preparatoria, él montaba obras y yo siempre salía en ellas. Hasta que un día me dijo que necesitaba una actriz en su grupo, me dijo que era un papel pequeño, una sombra, y pensé: no importa ser un árbol, una silla, lo que sea… yo quiero actuar, es mi oportunidad.
Ahí encontré a muchos como yo, y un espacio donde se experimenta en todos los sentidos artísticos. Fue allí donde empezó mi formación desde cero, no sabía nada. Sin embargo, nunca me rechazaron. Había de todo: artes plásticas, música, teatro, danza, todos unos apasionados. Lo único que nos unía era la palabra TEATRO. Para pertenecer no tenías que dar un pago, la prueba de fuego era barrer el espacio y limpiar La Casa Rayada, mantener limpio nuestro lugar de trabajo, aprender a ayudar a tus compañeros. Muchos no aguantaban y se iban. Alberto decía que si no eran capaces de ayudar, no serían capaces de terminar un proyecto.
Me costó demasiado actuar, al inicio era un desastre en escena. Era como un robot, quería actuar pero cuando llegaba el momento me ponía tiesa. En los procesos de actuación siempre se he hablado de la psicología del personaje, de la construcción que le das, pero ¿si estás jodido psicológicamente cómo pretendes darle algo fresco a un personaje? Una frase que se utiliza en nuestro grupo es que para poder actuar debes zafarte de las telarañas que tienes ahí dentro, eso que te jode la existencia. Aprendes a superarlo, o de plano aprendes a vivir con eso y lo dominas. El teatro no es terapia, tú solito reflexionas acerca de ti, afrontas y pasas la página para ser libre. En mi proceso actoral he superado demasiadas cuestiones, y eso ha hecho que crezca a pasos agigantados.
Pero, ¿quién es Alberto? Para mí, la mejor persona que pude toparme en el camino. Después de ser mi maestro de español, pasó a ser mi director escénico. Ahora somos compañeros de trabajo en la institución donde pude desarrollar mi pasión, y también es un buen amigo. Él ha visto mi crecimiento, me ha inspirado a seguir por este camino y siempre me ha motivado para salir adelante. Me enseñó a defenderme cuando tenía que hacerlo, me ha hablado de la importancia de formar maestros de teatro (que hay muy pocos). Todos los que estudian actuación sueñan con entrar a las compañías de teatro y triunfar en la escena, pero nadie quiere formar en las escuelas, en una secundaria o preparatoria, y menos en una comunidad. Es por eso que en cada montaje, en cada proceso, él nos explica cómo hacer las cosas, para que nosotros seamos semillas y cosechemos lo que él nos ha enseñado.
Como director escénico te transforma, te contagia esa pasión por la actuación, te muestra una cara diferente del mundo. Mientras afuera la vida es un caos, él te muestra que aún existen personas generosas, te empodera y te enseña a no tener miedo, y saca lo mejor de ti. Su método de actuación es que él siempre llega con un reto para ti. Para él no hay exclusividad en el reparto, siempre es una sorpresa cuando elige un elenco. Para construir, para edificar, para actuar… primero tienes que ser libre o “morir” en escena, dejándolo todo. Así es como nos enseña a entregarnos al teatro. Así es como me han enseñado a respetarlo, o das todo o no das nada.
Siempre he dicho que nuestro espacio es un laboratorio escénico. Experimentamos de todo un poco, no jugamos a hacer teatro, lo tomamos muy en serio. Cada montaje es preparado minuciosamente, los ensayos son diseñados. Somos un grupo muy diverso lleno de libertades. Aquí nuestra palabra vale demasiado, cuando te comprometes a un montaje es porque vas a cumplir hasta el final. Nuestro grupo es de voluntad propia, aquí no te mueve una calificación académica, ni el que te paguen por tu actuación. Aquí lo que te mueve es la pasión de hacer teatro, la pasión por aprender, por construir un lenguaje artístico en una comunidad como Coatzintla.
Aquí te transformas, entras y mutas. Todos aprendemos a realizar la utilería, todos y todas sabemos armar cubos, sabemos clavar, pintar… y todo lo que se requiere para nuestro montaje. Se nos ha enseñado a ser muy honestos, tenemos un círculo de la verdad, así le llamo yo. Si tú te sientes incómodo o piensas que no está bien lo que estamos haciendo con el montaje, se arma el círculo y se tratan los puntos. El diálogo es esencial para mantener un equilibrio en el grupo. Somos muy sensibles, somos humanos y algunos tenemos roces, pero eso no significa que no podamos disculparnos y seguir adelante. Eso nos ha hecho crecer como comunidad. Es interesante cómo evolucionamos, cómo cambia la perspectiva. En mi experiencia, he de mencionar que aquí se rompen los esquemas y estereotipos. Soy maestra y también formo parte del cuerpo de actores, pero lo interesante es que, al momento de actuar con ellos, no hay barreras de edad ni de títulos, todos somos iguales. Así todos entramos en una simbiosis actoral, nos formamos con talleres impartidos por nuestro director.
En este pequeño espacio se construyen, gracias al director, talleres de actuación, dirección escénica”, uso de la voz, expresión corporal, dramaturgia… Analizamos a Peter Brook y el espacio vacío; a Stanislavsky, con su método de actuación realista. Nos sumergimos en Grotowsky, hacia un teatro pobre y el espacio que tenía con su grupo. Trabajamos el cuerpo y su campo de las acciones físicas. Aquí tú decides la técnica que vas a utilizar, eres libre de proponer. En todo momento vemos por internet lo que hacen otros grupos y cómo se desenvuelve la escena. Nos organizamos y vamos a la Ciudad de México para ver mucho teatro, es la forma en que podemos acercarnos a otros mundos igual al nuestro.
He trabajado muy duro desde que no fui aceptada en la escuela de teatro de la Universidad Veracruzana. Cuando presenté el examen estaba llena de ilusiones, cuando no lo pasé fue un golpe terrible. No quedé en la lista y lloré demasiado, pero Alberto me ofreció su espacio. Aún recuerdo las palabras que mencionó: “quédate conmigo haciendo teatro, vas a ver que vamos a hacer cosas bien padres”, y vaya que sí lo cumplió, hemos hecho cosas extraordinarias. Concursamos en el Festival de Teatro de la Universidad Veracruzana, con la obra APANDO, de José Revueltas, novela que fue adaptada a teatro y fue un trabajo duro y vertiginoso, lleno de verdad; reflejando la podredumbre que existe en nuestro país. Un trabajo que gustó muchísimo al público de Xalapa.
Ironías de la vida, la institución que no me dio la oportunidad de formarme como actriz, en su festival de teatro, me dio el segundo lugar al premio Guadalupe Balderas como mejor actriz, con el personaje de la mamá del carajo. Ese premio ha sido la muestra de que nunca renuncié al teatro. Una institución no te hace actriz, tú formas tu camino, forjas tus sueños y te transformas. Antes me daba pena decir que había presentado examen de teatro y que no lo había pasado. Ahora veo mi formación, veo que aun sin la parte académica he llegado a mucha gente y hemos compartido nuestro trabajo de mil formas, hasta ganar en la categoría B del Festival Internacional de Teatro Universitario (FITU) 2020, en la UNAM.
Todo lo anterior me permite confirmar que la formación no depende de una institución. Me gusta estar donde estoy porque así como llegué yo, llegan más chicos y chicas con las mismas inquietudes, y ahí estoy para guiarlos y hacerlos fuertes, brindándoles un espacio donde generen sus propios procesos creativos.
Pienso en esa niña de 14 años, temerosa de su voz y de su cuerpo, llena de inseguridades y con mirada huidiza, esa niña que no sostenía un diálogo, que con el tiempo tomó fuerza y ya no es lo que era antes. El teatro me convirtió, me dio la palabra para que yo la transformara. Hoy veo con claridad que cada montaje está lleno de aprendizajes, de nuevas formas para expresarnos. No nos casamos con un método, evolucionamos, reinventamos, investigamos… hasta llegar a la profundidad de la puesta en escena. Eso me ha hecho crecer y tener conciencia de mi cuerpo, de mis convicciones como mujer y de mis decisiones.
Yo quería este camino porque en mi entorno no había nada. En mi entorno, ser exitoso es tener casa, reproducirse y generar dinero. Yo sabía que no quería eso para mí, pero cuando vives en un entorno cultural pobre es difícil luchar desde tu trinchera, porque sabes que quieres algo diferente, mas no sabes dónde está. Andas perdida y te vas llenando de limitantes. Afortunadamente, encontré un espacio donde descubrí quién era yo, sin prejuicios. Aprendí a amarme como soy, a amar mi cuerpo y aceptarme. Pero sobre todo, aprendí a compartir y a sembrar semillas con los jóvenes de abajo.