Por: Mabel Albavera

Fotografía: Andrea Azucena

Planteo este título en un intento de abrir con una contradicción que ha permeado mis procesos creativos en la escena, pues hablar de nosotras mismas como “civilizadas/os orgánicas/os” expone la constante lucha que habitamos. Al parecer, el proceso permanente de civilización se encarga de someter a nuestros cuerpos a una negación de los impulsos orgánicos para poder vivir en sociedad, es parte de lo que somos. Sin embargo, llega a un punto en el que nos desconectamos de nosotras/os y del mundo que nos rodea. Dejamos de escuchar, de compartir, de confiar, de habitar nuestros propios cuerpos.   

Pero, pregunta el autor, ¿qué es lo que el cuerpo no aguanta más? No aguanta todo aquello que lo coacciona, por fuera y por dentro. La coacción exterior del cuerpo, desde tiempos inmemoriales, fue descrita por Nietzsche en páginas admirables de La Genealogía de la moral, es el “civilizatorio” adiestramiento progresivo del animal-hombre, a hierro y fuego, que resultó en la forma-hombre que conocemos.

(PELBART, 2009,)

Es entonces que partir del teatro se plantea una posibilidad para el actor y la actriz, como lo menciona Sergio Monsalve a partir del trabajo de Grotowski:

Esta necesidad provoca en aquel que la siente la posibilidad de una apertura hacia algo superior, la higher connection o conexión superior diría Grotowski, una capacidad de escucha a un nivel tan sutil que el arte, en este estado, se podría comparar con una delicada plegaria. Es en términos de apertura a lo sagrado que podemos entender el trabajo en el ámbito del Arte como Vehículo. El arte entendido como un instrumento de conocimiento. Esta apertura libera de la mecanicidad cotidiana mientras revela el aspecto esencial de la naturaleza humana, aquel estado natural del ser que ha estado olvidado. Para Grotowski este estado original del ser humano es el performer. 

Fuera de los constructos sociales e imposiciones sobre el cuerpo, existe una potencia creadora, lista para sanarse a sí misma. El verdadero poder del cuerpo-mente es develado constantemente por el teatro, es por eso que el teatro no puede ser reducido a su producto final. El teatro se trata de más que sólo eso, es todo el proceso que antecede al “acontecer teatral” y aquello que deja impreso en nuestros cuerpos una vez que salimos de la sala, aquello que trasciende y nos recuerda nuestra verdadera naturaleza. El teatro se apoya de conceptos y lenguaje para generar experiencia; lo que es, por definición, aquello que no se ubica únicamente en “la mente”, sino que es un proceso de asimilación que involucra su tránsito por el cuerpo para lograr un entendimiento que va más allá de lo racional. Algo que ha dejado un camino de sensaciones, emociones y pensamientos, que desembocan en una repercusión crucial para la vida del ser humano.

Existen autores/as, pensadores/as y ejecutantes del teatro que hablan de la importancia de regresar al cuerpo para transformar la manera en la que se piensa y se hace teatro. La necesidad surge desde el training del actor/actriz y su metamorfosis. En el libro “El Training del Actor”, podemos ver claramente el camino que los procesos actorales han sufrido las últimas décadas, y cómo el lenguaje recurre cada vez más a un aprendizaje que involucre la relación integral del actor/actriz con su cuerpo y sus herramientas psico afectivas, alejándose de la forma o, mejor dicho, haciendo del acceso a la expresividad un proceso más íntimo.

Como actores/actrices creamos a partir del cuerpo, pero no de un cuerpo meramente plástico, divorciado de su propia complejidad, lleno de conceptos que nos han hecho diseccionar partes de nuestra naturaleza, sino de un cuerpo que se vuelve la comunión en potencia de todo lo que nos constituye. Un cuerpo creativo, un cuerpo herramienta, un cuerpo canal. La separación histórica del cuerpo, mente y espíritu ha revolucionado siglos de filosofía, arte y ciencia. La ilusión de separación dentro de la naturaleza humana nos vuelve seres escindidos, coaccionados por nuestro propio autoconcepto. Es el trabajo del actor/actriz la reconciliación de las partes, para así volverlo un todo ante sí mismo/a y ante el espectador.

Digamos que, para mí, hablar del cuerpo es una especie de sacrilegio. No puedo imaginar que el actor se construya un cuerpo, para mí es otra cosa por completo, es más bien el alma, el espíritu y la cuestión de su unidad. Hay una frase de Blake que dice: “el cuerpo es esa parte del alma que puede ser percibida por nuestros sentidos”. Cuando se trabaja con el aprendizaje de la comunicación, de la expresión-recepción del actor-espectador, lo que es interesante es aprender a pensar, aprender el proceso psíquico, no el ejercicio; es la manera en que el ejercicio está en un contexto lo que sirve para crear en la persona que lo incorpora, manera paradójica de pensar y de actuar que va contra todo lo que nos ha impuesto nuestra enculturación o condicionamiento de nuestra sociedad y cultura.

(Barba, 2010)

Alejarnos de nosotras/os mismas/os y de nuestro objetivo como artistas, sea cual sea, también nos aleja de aquello que queremos decir. Terminamos siendo permeadas/os por aquello que quieren escuchar, renunciamos a nuestra postura en el mejor de los casos, pues la mayoría de las veces apenas existe una. No podemos olvidar que, como sociedad, vivimos dentro de universos culturales que conforman nuestro contexto. Este contexto está en constante movimiento y transformación. Sin embargo, la cultura entendida dentro de cajas estáticas  termina por encasillar cada parte de lo que hacemos en un depósito de utilidad productiva, en aquello que será útil para que el trabajador siga teniendo un sentido de pertenencia y, por lo tanto, un sentido de vida que le permita anhelar y trabajar por aquello que no tiene. 

Es curioso notar que el concepto de postura puede responder en dos sentidos: tanto en la postura discursiva y ética de un creador escénico como en su postura corporal, pues ambas partes están íntimamente relacionadas. En la manera de habitarse, está también la manera en la que se habita el mundo. Los ojos, la distancia y el ángulo en el que se percibe. El cuerpo dará la pauta para conocer la propia versión del mundo, del que existen tantas como cuerpos en la tierra. Por ello es necesario que ambas posturas sean revisadas una y otra vez, pues se encuentran en constante transformación, dislocación y compromiso con el afuera.

En la actualidad, encuentro difícil no juzgar los deseos de las masas. Existe una necesidad casi asfixiante por ser visto, reconocido e incluso admirado por un grupo enorme de desconocidos. Un juego en el que yo misma caigo, he caído y probablemente seguiré cayendo. Mi pregunta es: ¿cómo hacer del teatro un medio para sanar esa necesidad, ese vacío existencial? ¿Es siquiera posible? ¿Es, en primera instancia, necesario? O como artistas ¿nos enfrentamos a un vacío que ha existido en la humanidad desde el inicio de los tiempos? Quiero creer que el teatro nos confronta con nuevas preguntas o, mejor dicho, con preguntas milenarias disfrazadas de nuestro contexto. Son estas preguntas a las que el proceso de formación actoral voltea su mirada, es el actor el primero en hacérselas. Preguntas que habitan en el cuerpo-mente y en la conformación de una postura ante el mundo. 

Hago un símil en el proceso al que un actor/actriz se ve comprometido, con la vida misma o, en todo caso, con el ideal de la búsqueda personal y de autoconocimiento, que es un camino en el que todos nos encontramos, ya sea de manera consciente o no. Es por eso que veo en el teatro y en el training un mecanismo, un puente de reconexión, una posibilidad de auto-observación y auto-exploración que, aunque esté direccionado como un proceso de disposición creativa, no deja de poner al actor/actriz (ser) en constante confrontación y revisión consigo misma/o.

He escuchado infinidad de veces, dentro y fuera de la escuela de actuación, que el teatro no es terapia; lo cual sí creo, pues dentro de nuestros objetivos como creadores/as escénicos/as el teatro va más allá de nosotros/as mismos/as, existe ese alguien a quien se quiere llegar, al que queremos transportar con nuevas experiencias. Sin embargo, no podemos olvidarnos de que como actores que han pasado o están en un proceso de formación, sea lo que esto signifique, existen puntos del proceso donde es necesario deconstruir y separar cada pieza de nuestro ser para observarla en su complejidad. Es por eso que el llamado training no es terapia, pero puede llegar ser terapéutico, tanto como el teatro mismo.

Un training puede constituir un camino de profundidad, evolución y entrega, en un diálogo con el propio cuerpo, con uno mismo, el espacio y el tiempo. La incertidumbre y la posibilidad, el peligro y la búsqueda de precisión, forman parte de este camino que estudia la preparación constante del terreno para la creación, dejando ir lo que no sirve (las formas impuestas, lo preestablecido), volviéndose un modo de vida.

(ZAMORA, 2019)

Los actores/actrices son de los pocos seres en el mundo que están expuestos/as, como parte de su profesión, a un proceso arduo de observación y deconstrucción de su propio concepto de cuerpo, pues es necesario que sea capaz de ver más allá de sus límites cotidianos y expresivos para disponer su cuerpo en pro de habitar nuevas energías. Pensar el cuerpo es pensar en la vida, y digo cuerpo porque es eso lo que el espectador ve en escena, porque es aquello que nos permite comunicar, invocar y evocar experiencias. Es la materia prima que aún nos pertenece, es un medio de creación que sigue siendo nuestro, en tanto hagamos conscientes las estructuras a partir de las cuales se ha construido para ser capaces de distanciarnos o acercarnos a ellas, según sea necesario.

Encuentro en el teatro la resistencia del cuerpo, de este que es nuestro territorio. Encuentro en el teatro el espacio de sanación de nuestros cuerpos en colectivo y en lo individual. Un grupo de personas, en acuerdo mutuo, que enfocan su energía en distanciarse del “deber ser” para cuestionar el poder y control que la sociedad ha infringido, para volverse a sí mismos creación. Eso es lo que, para mí, hace del teatro un espacio sagrado. 

En el proceso de creación y en la puesta en sí, nos relacionamos con el otro como nunca nos enseñaron a hacerlo. En el hacer rompemos los patrones a los que estamos tan acostumbrados/as en el cotidiano. Sanamos porque encontramos nuevas maneras de estar en nosotros/as y con el/la otro/a. No es sólo la obra ni el momento de la presentación lo que genera catarsis y una limpia espiritual, es todo el proceso que lo acompaña, todas las estructuras fracturadas, todos los veintes personales y colectivos que cayeron, todas las puertas de percepción que se abrieron, las preguntas que se generaron y se respondieron y también las que no. Todo eso es lo que hizo posible que una parte de ese misterio llegara al espectador. El teatro es, entonces, el reflejo de la vida. No solamente en su representación, sino en su búsqueda. En su constante pérdida de sentido, en su necesidad de reinventarse, en sus vacíos existenciales y glotonerías egocéntricas, en los espejos que no queremos ver y tapamos con sábanas cada viernes santo, en aquellos espejos que miramos hasta que la persona de enfrente se vuelve una desconocida. 

Bibliografía

PELBART, Peter Pál. Filosofía de la deserción : nihilismo, locura y comunidad . – 1a ed. –  Buenos Aires : Tinta Limón, 2009. Traducido por: Santiago García Navarro y Andrés Bracony.

Sierra, S. (2015). Grotowski, consideraciones sobre el trabajo del actor y el performer. Revista Colombiana de las Artes Escénicas, 9, 55-65.

BARBA, E., & Saravese, N. (2010). El Arte secreto del actor. Diccionario de antropología teatral (4nd ed.). Lima: Editorial San Marcos E.I.R.L.

ZAMORA, Chong, María Angélica. La Exploración De Un Training Cuerpo-Mente Del Actor A Través Del Butoh. 15 de mayo de 2019. Organización Teatral de la Universidad Veracruzana, México. Revista Investigación Teatral