Por Alejandra Serrano

Cuernavaca, 20 de agosto del 2021

Este texto ha de transcurrir entre la honestidad de mis entrañas y varios cigarrillos, porque siendo honesta, no he podido dejar de fumar. 

Escribo en la sala de la casa con poca luz y un vaso con agua, también un cenicero y los trastes sin lavar. Con una sensación de tranquilidad escuchando la música que se mete desde el bar de enfrente y pienso también cómo esta casa suma historias nuevas cada día que la definen a ella y nos definen a quienes la habitamos. 

No he de ser la primera ni la última que le sume historias de ficción a su casa,  dado que este espacio ya lo es todo, que es lugar de descanso y laboratorio de la soledad, sala de ensayos, de fiestas, lugar de pereza y encuentros inolvidables, casa de plantas que se riegan con amor y conciencia, con llanto y por qué no, también un espacio para el teatro. 

Esta misma casa en la que he vivido por ocho años y que si las paredes hablaran, contarían más de lo que recuerdo. 

Hace un año, estaba en el laberinto de la inestabilidad económica, en pleno inicio de pandemia y descubriendo mi primera experiencia de vivir en pareja. No les mentiré que el velo de la pasión aminoró el miedo a la realidad y la casa nos cobijó con sus paredes blancas. Pensaba qué hacer, como muchxs, para cubrir los gastos básicos. Las presentaciones se habían postergado, las horas de clase se redujeron y el temor por perder la salud imperaba. En esa etapa la casa se convirtió en lugar de trabajo vía remota, en taller de licores artesanales y luego en espacio de investigación escénica para el Seminario Las Ofelias, impartido por Marianella Villa. 

Había una pregunta que pasaba por mi mente constantemente, ¿Cuándo es un buen momento para emprender? la respuesta es nunca si se le ve desde el miedo y siempre si el miedo se convierte en materia combustible. Agradezco el orden de los acontecimientos que me permitieron formar parte de este seminario que removió  las marañas del temor a emprender y afianzar el error como una parte importante del proceso, como un aliado de la certeza.  

Y ya en confianza he de contarles que tengo una herida profunda que se llama Ataraxia, lugar del cual nunca me despedí y al que renuncié por el dolor que causaba permanecer ahí, por falta de herramientas quizás, de experiencia, de confianza y que a la fecha me permito pensar como un lugar y un momento de aprendizaje profundo. Esa herida que no cicatriza del todo ponía en duda la necesidad de volver a emprender, de volver a arar la tierra del teatro, de la creación escénica y de dirigir mi voz a otras mujeres lesbianas como yo. Pero en la tierra seca también hay vida y los procesos de creación emergen como semillas cuando se les convoca y de repente el texto y la confianza de Laura llegaron a mi y con ellos un despliegue de oportunidades que fueron construyendo el camino de esta obra. Me encontré con un texto que me hacía pensar en la juventud de mamá, en la música que ella escuchaba, en los amores que tuvo, en los secretos que guardó y encontré en fotos y recuerdos lo parecidas que somos en la letra y el humor. Pensaba que a ella le encantaría saber que la definición de lesbiana que atesoro ahora se concentra en el amor a otras mujeres. Que una obra de teatro es el espacio ideal para mostrar la intimidad y para invocar su presencia. Y que también es el pretexto perfecto para convocar a mis amigas a la creación en conjunto. 

Luego de experimentar la casa como lugar de creación escénica en lo individual, vino como una horda de confianza la idea de desarrollar el proyecto Cotton Candy  y de a poco este espacio se fue convirtiendo en casa de Sara, que se metió como una roomie entre mi novia y yo, a habitar cada lugar, tomando nuestras cosas como suyas y convirtiéndolas en parte de su propia historia. Luego llegaron las muchachas, Edeyvi, Mariana, Dani y Yolotl, que le dieron sentido a todo, que con su presencia dieron vida a la ficción, un amor entre dos mujeres puesto en una época que parece que no nos pertenece pero que deja huellas en el presente. 

Para llegar a este resultado, trabajamos horas en conjunto y en soledad, en este espacio del que nunca yo me iba, pero que al irse ellas se quedaba cargado con lo que acababa de acontecer en los ensayos y dotaba de nuevas historias que habrían de suceder ya en función.

Luego llegó el día del estreno, que no fue un estreno sino un preestreno en el cual decidí invitar a más amigas, una función solo entre mujeres, pero además de ser espectadoras fueran también críticas, que luego con una copa y música bajita pudiéramos conversar sobre lo que acabábamos de vivir y sobre nuestra propia historia. Qué gran acierto para el proyecto conocer sus opiniones, pasamos de tener una obra con una tensión incómoda y por lo tanto un conversatorio con preponderancia al rechazo de la situación expuesta en la ficción a la función última de nuestra primera temporada que tomó un ritmo de comedia, los cuerpos desinhibidos del público que le permitian adentrarse en la ficción desde la risa como un voyerista que opina con la sonrisa del cínico. 

Luego de esta experiencia, quiero insistir y seguir perteneciendo a grupos de trabajo conformados por mujeres y que estos equipos que ya existen o están por venir nos permitan comunicar los temas que nos mantienen despiertas. Agradezco profundamente a ustedes amigas/colegas y a quienes con sus acciones han atravesado este proceso, y deseo que este nos permita crecer en paralelo y capitalizarlo como una fuente de ingreso mediante su presentación en este espacio/hogar y también en  otros más  que nos permitan entrelazar esta ficción con la realidad de quienes en su morada nos reciban.  

Esta publicación forma parte del proyecto ¡Se armó el Argot con las Medeas!, el cual cuenta con el apoyo del Sistema de Apoyos a la Creación y Proyectos Culturales (SACPC) en la categoría de Fomento a Proyectos y Coinversiones Culturales (FONCA)