Por Layla Al-Azzam

Fotografía: Jesús Morales German

Beautiful, adjetivo en inglés sin flexión de género ni número, es el primer atributo de Julia que me hará detectar la temática sobre la identidad de género en la escenificación de Boris Schoemann, a partir de la obra Beautiful Julia de Maribel Carrasco. Esta propuesta de la compañía Los Endebles debutó en 2019 y presenta una intriga de apariencia tripartita entre Daniel, un estudiante de nuevo ingreso; Ganso, el bravucón del colegio; y Erick, su peleador. La intriga pareciera configurar un triángulo social sobre la dinámica de intimidación adolescente padecida por Daniel, el protagonista. Sin embargo, extenderé el argumento y la lectura: Daniel detenta además otra forma de pusilanimidad, de naturaleza intrínseca, ocultando una identidad femenina simultánea que incorpora una cuarta figura en la trama: Julia.

La problemática estética sugerida por Schoemann reside en la puesta en escena del transgenerismo: ¿Cómo escenificar la disociación entre cuerpo y esencia? La enajenación del cuerpo y la duplicación de identidades son representadas recurriendo a un narrador escenificado y omnipresente que encarna la mediación, las voces en off desasidas de su fuente de emanación, contactos mediados y triangulados. El director apela también a una multiplicación de presencias manifestada por proyecciones audiovisuales que fragmentan y desprenden los cuerpos, amplificando las dimensiones de la percepción para exhibir, a su vez, las distintas figuras que pueden presentarse en un mismo individuo.

El transgenerismo supone la coexistencia de, mínimo, dos identidades. Boris Schoemann construye la escenificación de esta presencia simultánea utilizando un recurso generalmente literario: el narrador. Convengamos que este mediador suele estar ausente en la escenificación teatral porque los personajes se encargan de  construir la narración, a través del intercambio de réplicas dispuestas espacial y temporalmente. Pues bien, Beautiful Julia cuenta con la presencia de un narrador en escena, intercambiable entre los actores, que relata en tercera persona una sucesión de acciones. El narrador conoce pensamientos y sensaciones de los personajes: es omnisciente y omnipresente.

Schoemann desarrolla principalmente este recurso con la figura de Julia, la verdadera identidad genérica del protagonista, Daniel. El narrador se convierte así en la representación escénica de la duplicación identitaria. Es la encarnación de la mediación. Por otro lado, esta multiplicación de personalidad también sostiene un primer discurso de mimetismo identitario que es logrado a través de las disposiciones y las coreografías espaciales de los personajes, mostrando la falta de disparidad y de individualidad; así pues, lo personajes parecieran actuar respondiendo a las mediaciones del narrador, sugiriendo una falta de autonomía social. Esta construcción espacial se irá desarticulando a medida que empezará a surgir la identidad oculta de Daniel.  

Visualizar en escena la disociación entre un cuerpo y esencia pudiera parecer paradójico, Schoemann lo consigue cuando el narrador relata acciones que deberían ser efectuadas por un personaje pero que son ejecutadas por otro. Hay un desprendimiento entre el cuerpo y la acción, entre cuerpo y subjetividad. Podríamos denominar este recurso como alienación escénica que personifica una forma de enajenación; en nuestro caso, la pérdida de la identidad de Daniel. La voz en off sustenta este mismo efecto. Ciertamente, esta técnica de transmisión de una voz cuyo cuerpo no se encuentra visible manifiesta el desprendimiento inmediato de una forma física. Esta disociación entre voz y cuerpo toma más peso al ver personajes que emiten palabras sin hacerlo.

Evoquemos el primer plano de los labios de la directora que no articulan ninguna de las palabras que escuchamos en off. Esto sostiene la separación de un cuerpo y lo que emana de este. No olvidemos tampoco la mediación y triangulación del contacto físico, como sucede en la escena del beso sugestivo entre Erick y Daniel, sugestión creada exclusivamente por la fricción de las manos. Por otro lado, la asignación de múltiples personajes a un actor: Erick como Padre, Julia como Madre y directora, Ganso y Daniel como el director. Más allá de una economía de producción actoral, en este caso, adquiere un sentido representativo, rechazando la supuesta pertenencia de un cuerpo a un rol y a un género específico. A pesar de las disposiciones escénicas iniciales de coreografía cronometrada que muestran un mimetismo identitario, estas terminan por apoyar las rotaciones de personalidad.

Finalmente, Schoemann recurre a una forma de simbiosis artística cuya incorporación cinematográfica sostiene la representación del transgenerismo a través de la fragmentación y enajenación del cuerpo. Distendamos: la proyección audiovisual no sólo propone una ampliación de las posibilidades perceptivas del teatro, sino que ofrece implicaciones estéticas sobre la visibilidad. Schoemann integra una gran potencialidad visual del cine con respecto al teatro: la fragmentación del cuerpo. Los primeros planos surgen de la facultad del cine para acortar distancias visuales, imposibilidad teatral. Usar esta potencialidad, así como servirse de diversos encuadres, sostiene la enajenación del cuerpo. Durante la pelea, el puñetazo que, visto de perfil en escena, se proyecta en plano frontal sobre la pantalla, extiende las posibilidades de la percepción y revela que existen dimensiones simultáneas en una misma persona.

Apreciamos también otro elemento propio del cine que sostiene el discurso de la duplicación de identidad: la superposición de planos. Esta funde dos imágenes, la de Julia y la de Daniel, representando la fusión de dos seres en un mismo cuerpo. No podemos olvidar la mise en abyme de los personajes que generarán un sentimiento amoroso mutuo viéndose a sí mismos mirar una película, es el momento cumbre de la duplicación. Recordemos que el principio de la abismación es representar una imagen dentro de una imagen análoga, gran recurso utilizado por Schoemann para reflejar un discurso sobre la identidad. 

Beautiful Julia, título que porta en sí mismo un cuestionamiento genérico, nos permite concluir nuestra identificación de los elementos escénicos que sostuvieron la puesta en escena del transgenerismo realizada por Boris Schoemann, sin recurrir a códigos de artificio que hubieran desviado la finalidad del discurso. Manifestar la presencia del narrador como figura de la identidad de género oculta, permitió que esta se volviera omnipresente, que la multiplicación de personalidades se volviera evidente, que la asignación de roles a cuerpos específicos fuera reemplazada por una rotación actoral.

De igual manera, estos elementos apoyan la disociación y la mediación del cuerpo con respecto a una subjetividad, explicación abreviada del sentimiento transgénero. Schoemann nos confronta también a un juego de ampliación de percepciones que apela a las potencialidades del cine como fragmentador y alternador de cuerpos. El recurso de la proyección audiovisual también nos permite discernir diferentes ángulos de un mismo personaje, e incluso superponerlos, sugiriendo la conjunción de dos presencias. Beautiful Julia es, simplemente, la escenificación de las posibilidades perceptivas e identitarias.