Por: Frida Echeverría

Siempre he pensado que ser actriz pertenece más a un estilo de vida que a una  profesión. Justo por esa extraña intuición de que el proceso académico de  profesionalización es solo una pequeña parte de un movimiento mucho más grande. Sería romántico pensar que una expande este proceso solo por el dulce deseo de  crecimiento y aprendizaje, pero en mi caso corresponde a la simpleza de no poder reconocer del todo mis saberes y quizá, peor aún, no saber exactamente qué  hacer con ellos.  

Hace dos años salí de la carrera y eso, automáticamente, me confronta con ese  proceso más grande que se caracteriza por estar lleno de dudas. En un principio,  por ejemplo, ni siquiera saber proclamarme cuando la gente me pregunta “a qué me  dedico” o “qué soy”; como si el concepto de actriz estuviera limitado al evento  escénico (que ni siquiera es tan frecuente como me gustaría) y, por lo tanto,  estuviera distanciado de este espacio conceptual al que de todas formas siempre  siento que no termino de llegar. 

Escribir este texto me ha costado mucho trabajo, en principio porque aunque todo  el tiempo circulan en mi mente ideas y reflexiones que simplemente aparecen  (desde mi perspectiva, por aquella noción de que esto es más un estilo de vida),  este trabajo de traducción y redacción apela directamente a la socialización, y es difícil acceder a ese llamado. Asumo que esto sucede por múltiples razones; sin embargo, la que  tengo más clara es el no saber si este tejido realmente significa algo y, en dado caso, ¿qué significa? De modo que, dubitativa o no, y principalmente como un  ejercicio feminista, decidí compartir sobre mi más reciente afición: el cuerpo. 

No es ningún secreto que el cuerpo (incluyendo la voz, porque voz es cuerpo) es el  instrumento esencial de la actriz y, por lo tanto, cualquiera que navegue en esta  dirección necesita desarrollar una relación con ese cuerpo. A partir de este último  año he dedicado mucho tiempo a pensar en esta relación, donde lo más  trascendente es que por primera vez se ha tratado de pensar que es acción, dejando que la palabra tome lugar solo meses después de haber concluido la  exploración. Es decir, se trata de un proceso cuya narrativa ha sido dirigida por el  pulso e impulso del propio cuerpo, que son, más que técnicas o herramientas,  elementos vitales de la condición humana. Así que esta es una bitácora casi  hedonista de aquel proceso. 

En un trazo breve, tengo que decir que entender el lenguaje del cuerpo siempre me  pareció un poco lejano, a pesar de que en la infancia y adolescencia fui parte de  talleres de danza y teatro en repetidas ocasiones, y de que incluso me formé un  tiempo en el famosísimo Yoga, que de niña llegué a jugar con un equipo infantil  femenil de fútbol llamado “Delfines” (donde únicamente nos caracterizaba el  entusiasmo compartido con nuestros papás. Sí, en masculino), o que después de  cuatro años de carrera ese lenguaje, por alguna razón,  aún se sentía ajeno. 

Lo que  quiero decir es que todos los cuerpos se conforman de registros. Los atendamos o  no, sería ingenuo de mi parte transitar esa memoria solo desde los  momentos de expresividad, cuando en realidad también operan todos los  constructos sociales y emocionales que llevo inscritos, que me moldean y definen un poco. O que, de hecho, en relación a ese lenguaje emocional, existe todo un  universo ineludible de percepción y sensación que a veces habla por debajo o por  encima de ese constructo. Estos mapeos son solo un punto inicial. En mi noción, nos encontramos en un momento donde todas las reflexiones individuales deben apuntar hacia la colectividad; es decir, a mi relación con les otres. ¿Cómo es? , y ¿cómo necesitamos que sea? Por eso, al hablar de mi cuerpo, hablo de su  lenguaje. Aquello que comunica y me mantiene en relación, pero que, de todas  maneras, está trazado en un espacio meramente personal. 

Esta bitácora visibiliza uno de los trece proyectos de la residencia artística  Escenarios de lo Real 2019-2020, que tuvo por nombre Ministerio del movimiento:  Asuntos del cuerpo rebelde. Como grupo de trabajo, transitamos por varias etapas  que, para fines prácticos, dividiré en tres: el encuentro, la fuga y la rebeldía.  

El encuentro

Aquí, que puede ser ningún lugar o puede ser todos, nos encontramos; siempre creemos  que el lenguaje está a nuestro favor, nos abrimos paso tratando de articularnos, y en algún  punto del camino, el deseo superó lo decible. ¿Qué tenemos ahora? ¿Qué me tengo? Solo  sabemos que queremos seguir juntas. Porque de pronto solo sé que cuando pienso en mí,  pienso en ti, porque mi cuerpo se rebela y baila, no pregunta, baila. (21 de enero, 2020) 

Este texto lo escribí como parte de mi discurso dentro de las funciones que  presentamos en febrero del 2020, donde la consigna era presentarnos. Lo traigo a  colación porque me parece que sintetiza mi propia postura ante el proyecto. 

Como residentes, nos vimos por primera vez a finales de mayo del 2019, donde la  primera fase consistía en seminarios en los que nos reuníamos a discutir sobre las  prácticas escénicas actuales, su relación con lo social, lo político y la política,  planteamientos éticos, estéticos, etc. Éramos alrededor de cuarenta personas,  apostando al diálogo como acción específica de “cambio” o “transformación”. No sé  si lo que digo al respecto es real, pero al menos en algún momento me lo pareció.  De manera intuitiva, un grupo relativamente pequeño, como de diez personas,  decidió extender, de forma independiente al proceso de residencia, un espacio de  encuentro físico. Como mencioné, para mí lo más importante es lo que respecta a  la colectividad y por eso, cuando algunes de les residentes lanzaron esta propuesta,  me sumé. Lo más potente de todo es que la única razón de ser de este espacio estaba instalada en el encuentro. La consigna era llegar tres días a la semana, por  hora y media previa a las actividades del seminario. 

En un principio acordamos que, como parte de ese encuentro físico, en cada sesión  alguien asumiría el rol de dirigir un entrenamiento corporal para les demás  compañeres. No sé si, como un vicio mío o como una herencia patriarcal, me dejé  abordar por el monstruo de no saber confiar en mi narrativa y no llegué a dirigir  ningún entrenamiento. Sin embargo, fui consistente en mi permanencia dentro del  grupo, tanto que a partir de él encontré algunos de los hallazgos más importantes  en la construcción de mi identidad artística, colectiva y personal. 

No sé si sea posible generalizar los factores que llamaron a la voluntad, pero  considero que sí es posible decir que esa voluntad era el único factor común de  quienes formamos ese espacio. Por lo tanto, ¿qué es esa voluntad? ¿Cómo  llamamos nuestra voluntad hacia el encuentro?  

La fuga 

La pregunta, durante los diez meses que duró la residencia, fue un constante “¿qué hacemos ahora que nos encontramos?” Mi respuesta fue diferente ante cada uno de los rostros de esta experiencia, porque la diversidad me obligó a situarme una y otra vez ante la misma pregunta, y creo que no podría ser de otra manera. En el caso de este grupo en algún momento decidimos que la respuesta era: bailar. 

Aquí nos descalzamos: 

…a través de una bocina se escucha la melodía de nuestra elección: You & Me de Meute. Pulso…  

escucha,  

impulso,  

movimiento…  

mientras bailo por el espacio los rostros cómplices sonríen al cruzar miradas,  es algo parecido al afecto.  

Minuto 3:10, la conciencia es ahora respiración  

y se recupera solo al finalizar la melodía… 

Ojalá encontrara una forma contundente de recuperar la experiencia del cuerpo  danzante, pero es que muchas veces siento que no hay nada por encima de la  acción, aunque por debajo se encuentren muchas cosas, incluso cuando la acción  es primigenia. Lo que quiero decir es que mucho antes de entender las  implicaciones de ese bailar, ya estaba tomando un lugar en nuestro espacio.  

Justo durante la segunda etapa de la residencia: las clínicas, tuve la oportunidad  de conocer a Bertha Díaz, quien nos habló sobre el acto de la escritura como una instancia de rebote de LO sentido y LOS sentidos, “donde la vida puede acontecer  de otro modo” y responde a una urgencia. Lo que me parece más interesante es que ella plantea que la escritura es, también, una acción del cuerpo, y que el cuerpo a su vez es un dispositivo de registro de escrituras (agosto, 2019). Por lo que, a partir de esas consignas, entiendo que la escritura es una articulación de lenguaje. Por lo tanto, la urgencia singular pulsa hacia lo colectivo a medida que  se convierte en lenguaje y comunica, lo cual parece natural al concebirnos como seres sociales, pero es en esa singularidad donde radica la esencia misma de la  colectividad. 

Me gusta pensar que el primer rostro de esa urgencia es la fuga, un lenguaje que  no se articula desde la voluntad, sino que, si acaso, responde a ese archivo inscrito  en el cuerpo, que escapa del control y al que, por lo tanto, solo queda atender y  escuchar. ¿Qué te urge y en qué lugar del cuerpo está? 

La rebeldía (Ministerio del movimiento: Asuntos del cuerpo rebelde) 

Nos encontramos, bailamos, y de pronto llegamos al punto donde era momento de  articularnos. En primera instancia, porque nos pareció importante extender nuestro  espacio hacia un lugar visible En segundo lugar, encontramos una urgencia  colectiva (que de alguna manera respondía también a nuestras urgencias  singulares, las tuviéramos claras o no).  

A partir del seminario de la residencia hablamos sobre la transformación y las  imágenes de cambio; es decir, cómo nos replanteamos las imágenes establecidas  y proponemos nuevas. Eso conlleva, por supuesto, una serie de análisis antes y  después. Como mencioné al principio, esa noción de cambio me parecía la esencia  de la residencia en general, aunque la forma de abordarlo fuera de diferentes  perspectivas. En el caso de este grupo, nos lo preguntábamos desde el cuerpo. 

Directamente, el trabajo en el equipo consistió en lo siguiente: primero, nos  concebimos como el Ministerio del movimiento, para nosotros esto significaba  apostar a la lectura y escritura del movimiento como razón y puente de cambio. En ese sentido, la primera búsqueda era extender el espacio de cuidado acompañamiento que habíamos construido para nosotras y compartirlo con otres,  como un estatuto del cuerpo que se rebela y se fuga, y que por lo tanto necesita un  espacio de contención para poder articularse. 

Después de eso y desde el deseo de transformación, decidimos observar el precepto de los cuerpos rebeldes en los movimientos sociales que estaban dándose y que, además, nos llamaban directamente a poner el cuerpo. El resultado final fue un dispositivo coreográfico que, entre otras cosas, se basó en observar imágenes reales de esas luchas sociales, descubrir en nuestros cuerpos algo de esa potencia de la que nos habló Savater, quien dijo, ante ella, que se caracteriza por ser una afirmación de nuestro deseo, pero que no nos pertenece y no la definimos. Nos atraviesa a todes pero no es homogénea, porque cada quien la apropia desde su singularidad (junio, 2020). Lo que entiendo por esto es que, mientras en el colectivo se manifiesta una urgencia que late y se mueve por sí sola en tanto la atendamos, aunque no pueda enunciarse, no sé cómo funciona esa potencia cuando la relacionamos únicamente con una misma. Es decir, ¿qué es un cuerpo rebelde por sí mismo? 

Un último cuento 

El 16 de enero de este año me subí por primera vez a una montaña rusa. Nunca pensé que me atrevería, siempre me pareció demasiado someterse a sensaciones tan extremas, sin  embargo, se convirtió en un suceso clave de mis reflexiones. Cuando el juego se activó  literalmente pensé “esto es un suicidio”, ante la caída libre el cuerpo se me contrajo todo,  buscar un centro, aterrizar, resguardarse; en algún momento temí fracturarme el cuello ante  tanta tensión. En el compartimiento delante de mí, mi amiga bailaba libre en el viento, imagino que mis gritos de terror eran tales que en algún momento me lanzó la sentencia “si no te relajas, no va a suceder”, no sé explicarlo pero lo entendí. Es como quebrarse,  soltarse a tal punto que uno siente que se pierde, y después de ese ‘crack’ el cuerpo entero se sintió como un orgasmo, solo sé describirlo como un aliento que se libera, es una apertura en el pecho, es sentir los dedos como una extensión del afuera. 3:04 es el registro  oficial de la duración del juego. Cuando acabó y bajé solo supe llorar, un llanto en esencia alegre, un desahogo, un eco final de la sensación que solo atino a llamar libertad.

La razón por la que toda esta reflexión cierra con este relato es, en primera instancia, porque considero que, a partir de todo el proceso de residencia y el trabajo del cuerpo, se sustenta el momento específico de “soltar” en la montaña rusa,  como resultado de la serie de elementos ya trazados: 

La voluntad generó encuentro, el encuentro generó espacios de cuidado y, por lo  tanto, de contención de fuga. Esa fuga que es reflejo de urgencia y de una primera instancia de lenguaje, que llama a la comunicación, a lo colectivo y, finalmente, en ese espacio que atiende a la potencia y que se sirve del deseo de transformación. Justo en ese cambio encuentra su respuesta. En mi caso,  fue la acción de liberar el cuerpo, un entendimiento interno. Algo mutó en mi forma de asumirme ante la caída, lo que me lleva a sentir que es esta la manera en la que se presenta la rebeldía, que de manera intuitiva responde a una acción concreta: la  respiración.  

Este es el punto común que me conecta con el baile, con la analogía misma del  orgasmo, y con el evento de la caída libre. A la respiración no siempre le  preguntamos cosas, su inmanencia nos distancia, a veces, de considerarla un elemento de transformación. Pero el cuerpo también tiene una naturaleza inmanente y se transforma en otros sentidos. Considero que esto mismo es la respiración, un canal de urgencia por el que llama la rebeldía y busca el cambio.  

Para mí, lo importante al pensar que la rebeldía se siente en el cuerpo como una  búsqueda de esa respiración, es que respirar es una acción perfectamente ubicable, de fácil acceso. Aprender a respirar, en ese sentido, significaría aprender sobre la  propia rebeldía del cuerpo.