Por Daniela Montalvo
Fotografía de Rodolfo Baeza
“El cuerpo y la palabra del actor sortean así la distancia con el espectador para lograr la comunión buscada, en lo que puede llamarse un «encuentro químico», que para Peter Brook es condición necesaria para que exista el hecho teatral (Provocaciones, 1987: 144). Y no sólo porque se supere la distancia física entre ambos, sino también porque la eficacia de la representación busca disolver alguna de las dicotomías y constricciones de nuestra cultura: la oposición entre lo sensorial, lo corporal y lo intelectual, entre emoción fingida y verdadera, actores y espectadores, mundo imaginario y mundo real, pero también entre lo individual y lo social; porque la actuación del actor se apoya en una serie de convenciones sociales tradicionales, incluso si es para transgredirlas, ante un destinatario plural que no sólo recibe los estímulos generados por el actor, sino también los de los espectadores que lo rodean, en forma consciente e inconsciente.”
Roger Mirza
La palabra con la que me definía hace algunos no tan ayeres era: “todoterreno”. Recuerdo claramente que en un ejercicio de teatro en la universidad una gran maestra me preguntó que cuál era la mayor “virtud” que me adjudicaba, yo contesté: la resistencia. Así con varios adjetivos como: “warrior”, “corriosa”, “barriada”, me autodefinía y sentía, erradamente, que eran “facultades” que El SEÑOR TEATRO me otorgaba, como deidad que da los dones al “elegido”. A partir de esas creencias acerca de mi “personalidad” fue que incursioné en el arte del zanqueo, la estatua viviente y el performance; así como ser barman, mesera y hasta edecán. Total, era “todoterreno”, la idea era vivir lo que más pueda en el menor tiempo posible, y no solo me refería a los empleos.
- Esperen, ya paró la lavadora. Debo aprovechar para tender cuando hay sol.
Hoy en día me reconozco como un “hueso duro de roer”, adaptable, de temperamento tenaz, aguerrido, y persistente. La diferencia es que ahora sé que “estudiar” teatro no fue lo que me otorgó esos “dones”. Tampoco soy mejor actriz (ni persona) por pretender “vivirlo todo”, pero si de algo estoy segura es que el teatro sí despertó mi instinto de sobrevivencia, ya que el teatro mismo lo es: un sobreviviente de todas las épocas, pasadas, presentes y futuras. Por su naturaleza de fenómeno vivo ES, simplemente ES, y deambula entre la multiplicidad, lo experimental, lo vivencial y lo dual.
Es por eso que entiendo mis procesos creativos, teatrales y domésticos como pequeños homenajes a la sobrevivencia diaria. Como la convergencia entre lo cotidiano y lo extracotidiano, procesos invadidos de realidades inmersas en múltiples territorios. Procesos necesitados de aprendizajes constantes, mundanos y espirituales, caseros y académicos, teóricos y prácticos. Procesos “todoterreno” que a veces dan resultados “todoterreno” o simplemente resultados, casi siempre se quedan en ser procesos y a veces nomás dan pena.
- Hora de calentar la comida y salir por insumos.
Esta cualidad omnipresente se la doy al teatro porque ha regido en mí y en mis pretextos de “vivir la vida”, dentro y fuera de la ficción. Así entiendo mis búsquedas y así percibo muchas de mis facetas: bilaterales, por decirles de alguna forma:
En la infancia desarrollé el maravilloso “sí mágico”. En la adolescencia viví la búsqueda de mi identidad, etapa en la que aprendí la “técnica de máscara”. En la vida universitaria llevé a cabo “el alerta de los sentidos”, caminando en estado inconveniente por las calles de Xalapa, y el “impulso/reacción/acción” cuando me enamoré. Siendo madre prematura entendí el “signo y símbolo”, significado y significante, todo el tiempo persiguiendo la congruencia entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se enseña. De adulta busco la “integración de la palabra y el cuerpo” y sigo investigando.
- Limpio el arenero, cierta adolescente “dueñadelosgatos” sigue dormida.
A lo largo del tiempo, mis procesos creativos han cambiado mucho. En un principio admiraba a las y los bailarines de danza contemporánea. Recuerdo clarito cuando vino el Grupo de Danza Contemporánea Cebra, de José Rivera. Al verlos en el escenario sentí fuego en mi panza, humo en mi garganta y me faltaba el aire. Comencé a crear por imitación, hacía lo que veía y oía de otros bailarines de mi clase y quería ser como las maestras, quería caminar como ellas y ser tan flexible y musculosa. Supe que la danza era para mí y yo para ella. Empecé a reconocerme en mi cuerpo, a darle vida al espacio y sacar fuego desde mis entrañas, pero en algún momento (en esta absurda y académica idea de separar “danza” de “teatro”) supuse que la danza dejó de ser la manera en la que quería expresarme y el texto dramático llegaba a mí, causándome desvelos e insomnios. Necesitaba hablar, gritar… El teatro se asomó como el “héroe de las mil caras” y la disciplina que me daba la posibilidad de verbalizar. Y sí, eso me cautivó. Fue entonces cuando le grité a mi mamá: ¡Me voy a estudiar teatro a otro lado!
En ese momento, partí del hecho de saberme capaz de crear. Partí, pues, a profesionalizarme en teatro. Tenía horarios académicos que abarcaban día, tarde y noche. Conocí textos y teóricos que no encontraba en mis bibliotecas meridanas, me reconocía en compañeros y compañeras que, como a mí, les era necesaria la palabra, la voz, el grito. Al escuchar mi voz sentía que era dueña de mi ser, pero mientras caminaba por aquellas calles empedradas descubría que lo más fascinante de estar ahí era el mundo lejos de casa. La posibilidad de conocer bares, fiestas, carreteras y ciudades sin que nadie me esperara.
Dejé de crear y me dediqué a vivir… y a morir, muchas veces. Al salir de la facultad de teatro no quería hacer nada más que teatro. Pensaba: “si no hago teatro no sé hacer nada”. También creía, en la deforme convención del teatrero recién egresado: “si no gano un Fonca, no estoy al nivel”, “si no trabajo en tal o cual compañía, con tal o cual director, si no me presento en tal o cual teatro, si no viajo, si no gano becas, si no estoy en tal o cual festival o muestra… no soy teatrera que se respeta”.
Años más tarde, sin Fonca, sin becas al extranjero, sin compañía y sin viajes, me encontré parada en un block de piedra mirando el enorme panorama que me circundaba (en el que no me había visto ni en mis sueños más intensos). Me hallaba en una casa, con un auto, una hija, una separación, un trabajo estable, mucha frustración y unas ganas infinitas de crear. Así comenzó el meollo de este texto: crear con, sin, o a pesar del block donde estuviera parada.
El teatro, ya sea practicándolo, leyéndolo, respirándolo… ese héroe de las mil caras, ha venido a mí de varias maneras y me genera emociones diversas: alegría, excitación, ansiedad, muchas confusiones. Cada proyecto y cada equipo de trabajo han sido diferentes y con múltiples impactos.
- Comienzo curso on line via zoom.
Al hallarme en medio de la cotidianidad, en el sistema capital, criando una hija y tratando de cubrir gastos, tiempos y juventud, comencé a nutrir mis procesos con todo mi cotidiano. Leía en la lavandería, repasaba mis textos mientras conducía del trabajo de la mañana al trabajo de la tarde, ensayaba mientras cocinaba, escribía proyectos en la computadora del trabajo y actuaba pedazos de mis obras frente a mi hija o mis alumnos. Así han pasado muchos años.
Nadie puede decir como es el proceso creativo ideal, para todos es diferente. Nos nutrimos de todo y de todos, qué mejor que la vida cotidiana para llenar de imágenes nuestras palabras y de sabores nuestros saberes. Ahora pienso: ¿Cuántas vidas conforman mi vida? A veces me impaciento y me alejo de los procesos escénicos y los equipos de trabajo que los conforman, porque las circunstancias son impredecibles, porque mi energía y mi estado de ánimo no siempre están en disposición para compartir. Ahora me permito no “aguantar” al director o los compañeros(as) si no lo siento así. Ahora me permito no hacer teatro cuando no me siento cómoda con las personas que acompañan el trabajo. He encontrado equipos llenos de amor al proceso, pero también equipos y directores con quienes no comulga mi idea de “grupo”. Uno mismo es tan fluctuante como las anotaciones que se hacen y luego se tachan en un libreto. De todo eso se aprende.
He tenido temporadas de mucho teatro y otras de escasos proyectos (he agradecido esto), y también me he desesperado cuando no actúo. Hasta que opté por dejar que los proyectos llegaran solos y sin presiones. Así, soltando y fluyendo, he llevado procesos creativos no sólo arriba del escenario, también enseñando, gestionando proyectos sociales y apoyando otros procesos teatrales.
Aquí me volví a cuestionar: De verdad, ¿si no hago teatro no sé hacer nada más? Lo peor de todo es que era verdad. Fue entonces cuando mi espíritu “warrior” emergió de la Dani del pasado para dar paso a la Dani del presente: una mujer llena de capacidades, habilidades e inquietudes, que durante mucho tiempo no fueron desarrolladas porque “actriz”. Así comencé procesos lejanos al teatro, pero igualmente válidos. Me permití acceder a otras partes de mí, me cuestioné una y otra vez ¿para qué quiero ser actriz? ¿A quién o a qué beneficio? Si no fuera actriz, ¿qué sería? ¿Qué me gusta hacer además del teatro? ¿Qué me llena espiritualmente? ¿Es mi profesión lo que rige mi identidad?, ¿y la economía? Digo, el teatro es mi profesión, pero ¿es mi trabajo? ¿Qué sucede con mi salud mental y física? ¿Cómo me digo actriz si no soy consciente de lo que entra a mi cuerpo, de cómo me alimento? ¿De dónde proviene? ¿Cómo puedo cuidar mejor mi cuerpo, que es mi herramienta de trabajo?
Después de una tremenda crisis de gastritis, un tratamiento médico con un plan de alimentación lleno de restricciones y mucha danza africana, surgió Tribal: la marca de productos alimenticios que hoy por hoy es una de mis varias fuentes de ingreso. Gracias a este “emprendimiento” he percibido la idea de “trabajo” desde otro punto. Ahora me cuestiono sobre las distintas economías, la industria, el destino del dinero de nuestro consumo, y ser parte del sistema convirtiendo el capital como un medio y no como un fin. El teatro, la danza africana, los proyectos sociales, la enseñanza y mi microempresa forman una gran parte de mí y me convierten en actriz multitask.
- Alimento mis tibicos de agua con piloncillo, para fermentar y hacer kéfir.
Últimamente estoy convencida de que debo ahondar más en una forma de vida integradora que lleve al bien común, considerando impactar positivamente a la comunidad, ya sea con arte, compartiendo saberes que beneficien a la salud y la ecología, o en cualquier actividad en la que me desenvuelva. Hoy decido que me quiero dedicar a hacer teatro cuando lo desee, cuando decida crear por mí misma, o llegue a mí una invitación que vaya con mis intereses. Por ahora me cautiva desarrollar, intercambiar y compartir conocimientos que pueden contrarrestar el consumo desmedido y la proliferación de desperdicio, que fomenten la conexión entre humanos. El teatro tan solo es uno de ellos.
Vivimos en una era de enajenación virtual (a veces muy consciente) y de consumo por el consumo, abusivo y desconsiderado, de lo que se pueda “poseer”. Considerando al poder como un valor ontológico y como objetivo inherente, un poco a nuestra condición darwiniana, y un mucho al sistema impuesto. Por lo consiguiente, al momento de crear y de iniciar un proceso (teatral o cotidiano) busco la transformación de lo que me circunda, partiendo de mi transformación personal constante y en positivo, por mucho o poco que sea.
Me dispongo a alterar ideas preconcebidas y sistemas de creencias inequitativas y obsoletas, a entregar y compartir mi ser dentro y fuera del escenario. Pero cuando el proceso creativo es específicamente en el quehacer teatral, busco trabajar al lado de creativas y creativos que conciban la escena como una plataforma que haga ruido, que provoque movimiento y acción, que en el mejor de los casos desemboque en una experiencia significativa para quien lo viva y lo presencie; y aunado a la búsqueda de la conciencia de mis acciones diarias, caminar juntos hacia la mejor versión de nosotros mismos. Sí, así en plural, pues el teatro se hace en conjunto y es integrador.
- Ahora termino el último sorbo de café.